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La vigencia de una generación raras veces transciende la valoración de sus logros. Lo pasado pertenece a la historia. Valoraciones y efectos que corresponden rigurosamente a un ámbito social contemporáneo. Como si dijéramos una moda o tendencia.
Define el comportamiento de cada sociedad en un tiempo y espacio determinado correspondiente a sus ofertas, necesidades e inquietudes, a corto plazo, proyectadas a un periodo que no va más allá del tiempo comprendido entre el surgimiento y la culminación de una etapa. De ahí que, difinitivamente, una fuerza suceda a otra. Irremediablemente.
Reafirmando así el enunciado que limita los resultados de una propuesta a una generación.
Esto le otorga un valor de barajita al inútil empeño de personas, entidades y marcas en prolongarse a contrapelo de un ciclo ya agotado.
Así como la era digital sepultó a pasadas análogas, nuevos liderazgos políticos y económicos ocupan hoy el espacio dejado por otros ya carentes de vigencia.
En este aspecto, los resultados no van más allá de esto que ha dado por llamarse mediático. Inútil esfuerzo que carece de propósitos. Que, a decir verdad, tampoco tiene forma con conectar con las demandas del presente. Mucho menos del futuro.
Para ser exacto, debemos decir que, en su insistencia en recuperar el espacio perdido, los desplazados se emplean en montar dramas que desaparecen del escenario antes de que baje el telón. Se desinflan sin que la generación que lo ‘consume’ agote sus posibilidades.
Los cambios favorecen la evolución y el fortalecimiento de una sociedad. Con lo cual representan el factor principal que contribuye a crean una dinámica productiva propia, con nuevos códigos, ideas y vías de acciones que corresponde dirigir un nuevo liderazgo. Cada etapa tiene sus lideres.
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