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Haitianos y debate
Atreverse a tratar el tema haitiano en nuestro país es una tarea cuesta arriba o, peor aún, deslizarse por una pendiente enjabonada. Es, diga lo que diga, verdaderamente riesgoso.
No hay forma de abordar ese problema sin que se desaten los demonios y que uno sea etiquetado. Y esa marca se la pondrán tanto los sectores dominicanos beligerantes como los de los hijos de Dessalines.
Acusarán al autor, por una parte, de xenófobo, racista, fomentador de apatridia y anti haitiano, si decide oponerse a que la inmigración indocumentada siga en aumento y que las personas que pasan el Masacre a pie o la frontera sin permiso de las autoridades circulen como Pedro por su casa en la Patria de Juan Pablo Duarte.
Esa imputación infamante vendrá de los sectores que se creen progresistas o de la izquierda política. Mientras más radical sean, más calientan el hierro con que marcarán al que se atrevió a opinar así. Poco importa que aclare que desea la regulación de los extranjeros y que se opone a que le violen su dignidad y demás derechos fundamentales.
Hasta un alto funcionario de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), se prestó para exhibir el triste espectáculo, como si fuera un Procónsul en tiempos clásicos del Imperio Romano, de darle orden a nuestro país para que detenga las deportaciones de haitianos indocumentados. Creemos que ningún ser humano es ilegal en el planeta Tierra. Todos somos terrícolas.
Pero cada Estado se reserva el derecho de ejercer su soberanía en su territorio. Además, de exigir a los extranjeros que cumplan con las formalidades de rigor.
Por eso apoyamos plenamente la firme y necesaria respuesta, preñada de santa indignación, que el presidente de nuestra República, señor Luis Abinader Corona, le dio al exhabrupto del agente de la ONU.
Por la otra parte, si se declara a favor de esa inmigración haitiana o se admite el papel que juega en la economía nacional, que es verdaderamente importante, entonces el mote será de vende patria, extranjerizante, prohaitiano y violador de la ley.
Recordemos que un gran ejército de haitianos realiza el trabajo duro y bruto en las construcciones, en los servicios de conserge y vigilancia en los condominios y en las tareas agrícolas. Los dominicanos, por los bajos salarios que les pagan, no desean realizarlas.
Eso genera un serio conflicto. Se afirma que los indocumentados están deprimiendo los salarios, que les están arrebatando los trabajos a los dominicanos, que los empleadores son esclavistas y que se viola el 80/20 que establece la ley, respecto al personal empleado en las actividades productivas. Claro que el 80 por ciento de la nómina debe ser ocupada por los nacionales y el resto de libre elección.
Ese problema hay que resolverlo con urgencia.
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