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El monte de las voces

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La novela de Juan Ventura, reconocido artista plástico dominicano, que trasciende esta vez su arte para embarcarse en el no menos anchuroso mundo de las artes escritas: tránsito ritual del fulgor de la imagen al sonido vocálico.

Dotado de imaginación vigorosa y caudaloso acento poético, el autor crea en esta obra un mundo alternativo en que los encantos estéticos y los destellos místicos dejan su impronta en la reflexión existencial de sus personajes, caracteres enraizados en la cotidianidad y en la ruralidad, pero que apuntan en su discurrir a la materialización de un lenguaje simbólico de armonía conciliatoria, de universal entendimiento.

Hay, en esta novela, un saber intuitivo que empapa cuanto vive. En la auscultación de ese saber que conecta al hombre con lo divino se fundan las inquietudes escriturales del narrador, como si se dijera: el sentido buscado por los sentidos.

El artista muestra convencimiento de una finalidad ulterior de lo creado, concediendo atención a los valores esenciales en que se fundamenta o debería fundamentarse la convivencia humana, su trato con lo circundante, perpetua maravilla de ser los otros y nosotros.

Un cuidadoso lector podrá notar, en la narrativa de Juan Ventura, cómo entremezcla recursos lingüísticos y pictóricos. El artista plástico no deja de estar presente en la narración, aplicando pinceladas en descripciones, retratos y prosopopeyas. Paralelo al dibujo, destella el canto.

El resultado de esta técnica mixta es la sustanciación de una prosa ambivalente que en la novelística dominicana nos parece inédita, apoyada en la extrañeza como en la espontaneidad de las escenas y cuadros.

Al referirme a Juan Ventura en su nuevo rol de poeta-novelista no deja de acosarme la rememoración de los ensueños místicos de William Blake, expresados igualmente en pintura y en poesía.

En el fondo, todas las artes son una, que encuentran justificación en el espíritu, en su centralidad. Esa inquietud salvífica y profética que nos muestra nuestro autor en su novela, la había ya expresado en el color de sus trazos. Una inquietud que desborda gracia, belleza, armonía, vislumbre y compasión.

El editor de este libro, el escritor Rodolfo Báez, en nota de contraportada, ha descrito de manera magistral y emblemática el argumento e intención de esta obra literaria.

La descripción es tan precisa y eficaz que vale citarla textualmente. He aquí el argumento: «En un escenario desolado y árido, un grupo de personajes se enfrenta a la implacable realidad mientras luchan por encontrar respuestas en un mundo marcado por la desesperación y la incertidumbre.

A través de conversaciones filosóficas y reflexiones profundas sobre la verdad y la existencia, los protagonistas se sumergen en un viaje interior que los lleva a cuestionar sus propias creencias y deseos más profundos».

Magnífica condensación. Y he aquí la intención, de acuerdo con el editor: «Con una prosa poética evocadora, este libro nos sumerge en un universo donde la búsqueda de significado se convierte en un viaje trascendental hacia la comprensión de la vida y la muerte.

A medida que los personajes se adentran en las profundidades de su ser, el lector es invitado a reflexionar sobre los grandes interrogantes de la existencia y a explorar la naturaleza misma de la realidad. A través de giros inesperados y revelaciones sorprendentes, esta obra desafía las convenciones narrativas y nos invita a contemplar el mundo desde una perspectiva renovada y enriquecedora».

Brillante interpretación del libro y su finalidad, puesto que el autor Juan Ventura no pretende escribir una obra más en que reflejar el teatro del mundo, antes bien organiza un orbe de conceptos que apuntan a la consecución de una realidad trascendente, como si se quisiera buscar que Dios, el planeta y el Universo girasen en órbitas multívocas y correspondientes, estos dos últimos no sólo en esa especie de mecánica cósmica, sino en la mismidad y alteridad de los espíritus que los habitan.

La obra es ejemplo de entusiasmo, trabajo y sacrificio. El hilar y la trabazón de los diálogos revelan los niveles de exaltación de su autor, cuyo latiente corazón deja oír los clamores de un profeta milenario.
Cada palabra, cada párrafo, se organiza para dejar caer sobre nuestras expectativas una lluvia cada vez más densa de misterio. El paisajista toma la pluma para decir, voz en cuello, el indescifrable enigma de los símbolos y de las formas, en un derroche de sentimientos, pensamientos y emociones como si se tratase de un quieto surtidor.

Todos estamos apercibidos de la incursión de Ventura en la plástica, y del éxito y el prestigio logrado en sus exposiciones al través de la valorización de sus obras por parte de connotados especialistas en la materia. A partir del día de hoy, se hace oficial el registro de su nombre en la novelística y la literatura dominicanas.

El autor es abogado y poeta.

Por: Leopoldo Minaya
leopoldominaya@gmail.com

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