Piénsenlo bien

La experiencia en el manejo de la pandemia en muchos países demuestra que los relajamientos apresurados de las restricciones traen, al final, sus consecuencias.

Estamos, desde hace más de un año, bregando con un virus veleidoso, peligroso y traicionero.

Cuando muchos creen haber aplanado sus curvas de ascenso, muta en otras variantes más desafiantes que desatan su propagación más rápido o más agresivamente, y ese ir y venir es lo que ha hecho mover el péndulo de las restricciones y los relajamientos.

El gobierno está planteando ahora, según el Decreto 419-21 en su capítulo IV de disposiciones especiales, considerar la eliminación del toque de queda en algunos territorios en el momento “en que por lo menos el 70% de su población haya recibido la segunda dosis de la vacuna contra el Covid-19”.

Una posibilidad que alegra, con mucha razón, a los que han soportado por más de 15 meses el régimen de restricciones y no desean seguir sometidos a estas limitaciones, aunque pongan en riesgo su salud y su vida.

Si se diera el caso, por ejemplo, de que San Cristóbal cumpla la meta de la vacunación y la capital no, las parrandas, los teteos y las bebentinas libres resultarán un atractivo para los que quieran evadir esas limitaciones en la metrópolis.

Además, la vacunación completa (de dos dosis) pende ahora del interés del gobierno por aplicar una tercera dosis.

Por algo será.

Sin dudas, porque ya están las evidencias de que la nueva variante Delta, que se está esparciendo por el mundo, ha sido tan contagiosa que ha obligado a muchas naciones a recogerse de nuevo y a tomar medidas más efectivas para frenarla.

Aquí podríamos pisar ese escenario en poco tiempo, por lo que sería recomendable que el gobierno piense calmadamente la decisión de levantar el toque de queda en función de la vacunación de un porcentaje de la población, hasta que existan las condiciones reales para hacerlo.