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EL AUTOR es médico y abogado. Reside en Santo Domingo
Juan Ramón De la Cruz, apodado inicialmente Lilo y, posteriormente también El guardia fue un personaje curioso e interesante.
Nació en el Municipio de Cambita, provincia San Cristóbal, en el seno de una familia pobre. Allí cursó sus estudios primarios, que para entonces eran los únicos ofrecidos en el poblado. Al concluir la primaria ya no podía seguir estudiando, porque no había posibilidades de pagarle pasaje diariamente para que asistiera a la escuela intermedia en San Cristóbal, de ahí que, contra su voluntad, no le quedó más remedio que ayudar a su padre en las labores del campo.
El pedazo de tierra que su padre cultivaba no era grande, pero le permitía sembrar y cosechar los víveres que usaban para la alimentación de la familia, al tiempo que aprovechaba las irregularidades del terreno montañoso para sembrar café y cacao en las orillas, con la venta de los cuales lograba reunir algún dinero para enfrentar otros gastos.
Durante los recesos, bajo un sol candente del que se refugiaba a la sombra de algún cafeto, Lilo pensaba que las labores del campo no se habían hecho para él y no estaba en disposición de llegar a la adultez, como su padre, llevando siempre en la mano una azada y en el cinto un machete. -No, señor, esa no será mi vida-, se decía constantemente.
Otros horizontes
Se le ocurrió que si podía continuar sus estudios en el Instituto Politécnico Loyola llegaría a ser un buen técnico en una de las carreras que allí se impartían y después conseguir un buen trabajo, con buena remuneración y, sin duda, un buen prestigio para él, a quien como profesional le darían un trato preferencial en su pueblo natal.
El problema que debía solucionar era cómo estudiar allí, si sabía cuán exigentes eran los sacerdotes para seleccionar los alumnos a quienes darían ingreso en esa institución tan prestigiosa y de la cual Trujillo se sentía sumamente orgulloso, además de con qué dinero pagar el hospedaje de interno y recibir alimentación y demás servicios agregados.
Duró mucho tiempo investigando qué posibilidades existían que le permitieran convertir en realidad ese dorado sueño, que con tanta fuerza invadió de repente su cerebro y en lo adelante no le había permitido momentos prolongados de sosiego ni siquiera mientras dormía.
La solución la encontró durante las horas de la noche en un sueño. Fue como una revelación que le llegó directamente del cielo y lo convenció de la posibilidad de materializar esa idea y de que no debía vacilar en concebir y programar un plan de acción para llevar a cabo lo que le fue revelado. El asunto era claro, si lograba ver a Trujillo y pedirle ayuda se allanarían todos sus caminos.

En búsqueda de Trujillo
Había oído decir que Trujillo, los miércoles en la noche, amanecía en la Casa Caoba de su Hacienda Fundación y que los jueves se levantaba de buen humor, después de una noche de excesos con la acompañante del momento. Así que se planteó lograr verlo un jueves por la mañana.
La madrugada del siguiente miércoles, para amanecer jueves, salió sigilosamente de su casa. Se marchó sin hacer ruido para que nadie descubriera lo que hacía. Caminó solo por la alfombra oscura de la carretera en medio de la oscuridad. Llevaba puestos los únicos pantalones largos que poseía, que eran del uniforme de la escuela y la camisa también del uniforme, ambos de color caqui.
Igualmente llevaba puestos los únicos zapatos que poseía, ya desgastados por el continuo uso. No usaba calcetines ni calzoncillos. No cargaba ninguna otra ropa, ni cepillo o pasta dental, que no había usado nunca, acostumbrado a limpiar sus dientes frotando el dedo índice sobre la superficie de estos.
Cuando llegó a Hato Dama cruzó el río a la izquierda de la carretera y de inmediato cayó en terrenos de la Hacienda Fundación. Con mucho sigilo avanzó por la carretera interior de la hacienda para luego hacer un rodeo cuando estuviera próximo a la Casa Caoba, a fin de no ser visto y atrapado por la vigilancia militar encargada de la seguridad del Jefe.
Eran las 6 am, cuando escuchó el motor de varios vehículos que se dirigían a la Casa Caoba. Esperaba que los vehículos salieran de la Casa Caoba, no que se dirigieran a ella. Pero Trujillo había amanecido en un baile en su hacienda Borinquen y esa era la causa de que a esa hora se dirigiera a la Casa Caoba.
Un escalofrío recorrió toda su espalda, pero no permitiría que el sinsabor de lo imprevisto echara a perder su plan, de manera que como pudo se dotó de una serenidad especial para enfrentar las circunstancias.
Cuando los vehículos estuvieron suficientemente cerca se ubicó en el medio de la carretera y le hizo señales de pare al automóvil que encabezaba, que era el que ocupaba Trujillo. El Jefe ordenó parar a su chofer Zacarías y le dijo que bajara el vidrio de su puerta y gritara a los del vehículo de atrás que le llevaran al muchacho a la Casa Caoba. Cuando Lilo escuchó esto se hizo a un lado para permitir que el carro de Trujillo pudiera avanzar.
Diálogo con el coronel Alcántara
Del carro de atrás se bajó encolerizado el coronel Alcántara e increpó a Lilo preguntándole cómo se había atrevido a detener el vehículo del Jefe. Qué es lo que tú quieres –le preguntó en tono descortés. A Lilo le inició un excesivo e involuntario parpadeo en los ojos, pero mantuvo su voluntad y se propuso no ceder a ningún requerimiento ni chantaje.
-Le hice la parada al Jefe porque con él, precisamente, es que quiero hablar, no con usted.
-Súbete al lado del chofer –le dijo el coronel, que de lo que tenía ganas era de darle dos culatazos y de hacerlo alejarse corriendo, pero no se atrevió por la orden que recibió de llevar al muchacho a la Casa Caoba.
Enuentro con Trujillo
Trujillo recibió a Lilo en la sala de la casa y ante todo le preguntó de quién era hijo. Para proteger a sus padres, Lilo solo le dijo que de unos campesinos de Cambita.
-¿Y qué es lo que quieres? –le preguntó Trujillo, en procura de resolver aquello rápidamente antes de acostarse a dormir un rato.
-Jefe, yo lo que quiero es estudiar, hacerme de una profesión, pero mis papás no tienen dinero para que yo siga estudiando en San Cristóbal.
-Alcántara –ordenó Trujillo-, llévaselo al padre Arias en el Loyola y que lo interne allí para que siga estudiando.
El coronel Alcántara llevó el muchacho ante el padre Arias y solo le dijo: -Ahí le manda el Jefe, para que lo interne y lo ponga a estudiar. Y sin esperar ninguna respuesta del padre Arias, se dio media vuelta y se retiró sin despedirse.
El padre Arias le dio una mirada escrutadora y después le preguntó a Lilo: -¿Dónde está tu maleta?
-Yo no tengo –le respondió Lilo.
-¿Y con qué te lavas los dientes?
-Con un dedo, respondió Lilo sin titubear.
El padre Arias pidió a su asistente que llevara a Lilo a desayunar al comedor y luego lo regresara a su oficina.
Cuando Lilo volvió ya el padre Arias lo estaba esperando. Lo llevó en su vehículo a la calle El Conde de la capital y allí le compró una maleta que se llenó de pantalones, camisas, trusas, calcetines, jabones, pastas dentífricas, lápices, cuadernos y libros.
Lilo no podía creer las cosas que le estaban sucediendo en un solo día y a veces se pellizcaba para estar seguro de que todo esto no fuera un sueño.
En el Loyola
De regreso en el Instituto Politécnico Loyola se ordenó ubicarlo en el pabellón de los cibaeños, que eran los estudiantes de las mejores familias del Cibao. Tan pronto Lilo entró en la habitación, los estudiantes que ya se habían enterado de lo acontecido y del viaje a la capital del padre Arias, comenzaron a llamarlo el Hijo del Jefe.
El asunto llegó a oídos del padre Arias y este personalmente se dirigió al pabellón de los cibaeños y les ordenó no volver a llamarlo el Hijo del Jefe, porque si Trujillo se enteraba del mote podía molestarse y pedirle que expulsara del Instituto a quienes así llamaban a Lilo. Entonces, los muchachos decidieron llamarlo El Guaradi, en lugar del Hijo del Jefe. Así nació este segundo apodo, que se le quedó de por vida.
A Lilo, El Guardia, lo conocí un domingo por la tarde en que fui a visitar a mi primo César, que estaba interno en el Loyola. Encontré a César en su habitación conversando con sus compañeros. Ahì me presentó a El Guardia y a Hipólito Mejía, que entonces era delgado y lucía una abundante cabellera. Lilo, por su parte me presentó a un muchacho de La Vega al que había apodado Telefunken, porque el muchacho le dijo que en su casa había un radio de esa marca.
Fin de la beca
Una vez muerto Trujillo, a Lilo se le acabó la beca y comenzó a realizar viajes entre San Cristóbal y Cambita, en un vehículo Morris, que nunca supe cómo adquirió.
Después, ingresó en el Partido Reformista y consiguió que lo nombraran en el Ingenio Río Haina, donde laboró por varios años, hasta que el PRD subió al gobierno. Entonces, Lilo tuvo que ponerse a vender cortes para pantalones. Luego se enteró que el Administrador del Ingenio Montellano fue su compañero de trabajo en el Ingenio Rio Haina, donde se hicieron amigos. Fue a verlo con la esperanza de que le diera trabajo, pero solo le permitió vender sus cortes a los empleados del ingenio.
Cuando fue elegido presidente su amigo Hipólito, antes de que asumiera sus funciones, Lilo fue a visitarlo a su casa para comprometerlo a que le diera un nombramiento después de tomar el poder. Lilo le confesó que era reformista, pero que daba más valor a la amistad que tenía con él. Entonces, echándole el brazo y acercando una cabeza a la otra, Hipólito le pidió que entre ellos le dijera por quién había votado. El Guardia le dijo que había votado por Balaguer por gratitud. No consiguió nombramiento ni pudo volver a verlo.
A veces me encontraba con él en San Cristóbal y en más de una ocasión lo invité a reuniones con amigos caminantes en diferentes lugares. Solía asistir con Inocencia, su esposa y cuando la veía comer con agrado, solía decir:-No me le den tanta comida. Yo ignoraba que para entonces ella estaba gravemente enferma y poco tiempo después murió.
En esas reuniones, Lilo repetía cada vez sus historias con el padre Arias mientras estuvo en el Loyola. Imitaba con gran acierto tanto la voz de Trujillo, como la del padre Arias.
La viudez y la falta de ingresos mermó el entusiasmo de Lilo, pero con todo, nunca dejó de recordar a Trujillo, al Loyola, al padre Arias y a su amigo Telefunken, pero ya no volvió a mencionar al administrador del Ingenio Montellano ni a su amigo Hipólito. Un día que pregunté por él, me enteré de que hacía poco había fallecido.
JPM
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