Opiniones

El espejo de Balaguer – Periódico El Caribe


No siempre la historia la escribe el ganador. A veces el ganador deja que otro la escriba, seguro porque le conviene para su causa. Algo así pasa en República Dominicana, somos teóricamente duartistas y liberales, en la cátedra y en el aula; pero conservadores en la práctica. Y, cuando digo “somos” me refiero, a la clase gobernante, no al pueblo. Sin dudas, los conservadores han sido los ganadores de la historia nacional y, entre ellos, una figura retiene las animadversiones y descalificativos posibles por encima de los demás: Tomás Bobadilla y Briones (30 de marzo 1785 – 21 de diciembre 1871).

Como escribí en un artículo hace cerca de 10 años, probablemente sea el político dominicano de vida pública más larga e intensa, sirviendo en los más diversos escenarios; bajo jurisdicción española desde 1810, en el “Estado” creado por el doctor Núñez de Cáceres en 1821; durante el “periodo haitiano” casi hasta 1844. Luego con los separatistas, redactando incluso el “Manifiesto del 16 de enero” que es nuestra acta de independencia en 1844. Más tarde ocupa todos los ministerios y carteras existentes de la naciente república. Luego anexionista en 1861, pero “sin entusiasmo” según el doctor Cassá (“Tomás Bobadilla, el hombre de Estado”, Alfa & Omega, 2000, Pág. 37); para terminar como nacionalista hasta su muerte ocurrida en la capital haitiana el 21 de diciembre de 1871, contando con unos 85 años de edad.

Es decir, más de 60 años estando en el centro de la vida política nacional y ocupando casi todos los puestos existentes: escribano del rey (de 1811 a 1821); notario y luego secretario del Arzobispado (1811 a 1822); oficial primero de la Tesorería General del Estado (1821); regidor y síndico del Ayuntamiento de Santo Domingo (1820); fiscal en el Seybo (1822); miembro de varias comisiones; defensor público (1830); comisario de Gobierno (1830), notario público (1831), aunque Roberto Cassá afirma que desde 1817. Haciendo un salto en su larga hoja de servicios, luego fue presidente de la Junta Central Gubernativa en la naciente república; secretario de Justicia, Instrucción Pública y Relaciones Exteriores. Luego procurador fiscal de la Suprema Corte de Justicia, de la cual también fue presidente, al tiempo que impartía clases de derecho civil en el colegio San Buenaventura; miembro y presidente del Tribunado (Cámara de Diputados); senador de Santo Domingo y un largo etcétera. Conoció también a lo largo de su dilatada vida pública los sinsabores del destierro, en junio de 1847, y la cárcel, por cerca de un año, en julio de 1857.

Empero, las críticas a su figura nacen hasta del ala conservadora y de personas con las que guarda parecido, como el doctor Joaquín Balaguer, quien le dedica unas páginas en su libro: “El centinela de la frontera. Vida y hazañas de Antonio Duvergé”, (Editora Corripio, C. por A., 185, páginas, 2001). En el apartado titulado: El binomio Santana-Bobadilla, el doctor Balaguer, en vez de llamarle: líder, maestro y guía, le llama: cínico, de “expresión enigmática”, “fría y sarcástica” y “hombre escéptico” y de “temperamento alejandrino”, además de que tenía una “moral rabiosamente utilitaria”, aunque con “una inteligencia labrada por la cultura”. Balaguer, parece, se miraba al espejo al escribir.



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