La aceptación del presidente Abinader de ir a un debate con sus contrincantes fue considerada como un error político. Esa postura estaría sustentada por la trayectoria histórica de ese tipo de confrontación, pero ignoró los atenuantes del presente.
Generalmente, un candidato adelantado en las encuestas no le muestra su auditorio a sus oponentes para no arriesgarse a perder una parte de sus seguidores. Igual exponía la superioridad intelectual y la brillante oratoria de Leonel Fernández como barreras insuperables para Abinader.
Pero Leonel y Abel Martinez no son los típicos opositores sin nada que perder frente a un candidato oficialista. Los dos provienen de un partido que acaba de gobernar por 20 años. Cualquier defecto que le pudieran encontrar al gobierno actual podría ir en su contra de la manera más humillante.
Más que un candidato presidencial quien debió ir a desbancar a Abinader, Leonel Fernández se presentó como un analista político conocedor de la administración pública y un expresidente defensor de su gestión pasada. Sus argumentos no tenían malicia política.
Abel Martínez me sorprendió para bien. Sacó un problema de cada pregunta y le encontró fallas a cada ejecutoria del gobierno. Iba progresando con el avance del debate y la clavó en cada intervención, pero sin la contundencia suficiente para ablandar a Abinader.
Abinader hizo lo que tenía que hacer un presidente en funciones. Se aferró sin divagaciones a la ejecutoria de su gobierno. Para cada pregunta mostró alguna obra con nombre y cifras. Nunca lo pusieron a la defensiva.
Si bien es imposible elaborar un cuestionario con todos los problemas, faltaron algunas sobre calaminadas tan agobiantes como el congestionamiento del tránsito y la movilidad. La organización estuvo a la altura.
