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Tormentas e inundaciones como las pronosticadas por la Oficina Nacional de Meteorología se han convertido en una de las mejores herramientas demográficas para evaluar la pobreza y las carencias en el territorio.

A causa de los torrenciales aguaceros familias pierden viviendas y pertenencias, colapsan puentes, incomunican poblaciones y el tránsito suele interrumpirse o tornarse una pesadilla en muchas zonas.

Los fenómenos suelen dejar un saldo luctuoso, sea de personas que mueren ahogadas o a causa de derrumbes de viviendas.

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Sin cuantificar los daños materiales, siempre elevadísimos. Por lo regular las autoridades aconsejan y toman medidas preventivas, pero muchos prefieren no abandonar sus hogares por temor a los saqueadores.

Aunque de un tiempo a esta parte la población, por las razones que fueren, ha tomado más conciencia sobre los efectos de las inundaciones y las tormentas. Pero también hay muchos que suelen tomarse las advertencias a chistes hasta que ven la verdad.

El cambio climático, cuyos efectos han podido apreciarse, no es mera propaganda para ocultar conflictos o desviar la atención, sino una cruda realidad, digna de la mayor atención.

El cuadro económico y social que describen los aguaceros no se puede ignorar. Una inmensa mayoría carece de los servicios sanitarios más elementales para subsistir con relativa seguridad. La temporada ciclónica es siempre una clarinada.

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