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El comercio mundial se encuentra en disrupción, al desarticularse el flujo normal de las cadenas de suministros por culpa de la pandemia del Covid y otros factores añadidos.
Con el confinamiento de poblaciones enteras en grandes ciudades, las restricciones a la movilidad de personas y de transportes marítimos, aéreos y terrestres para prevenir contagios, más una efervescente guerra comercial entre China y los Estados Unidos, el comercio mundial quedó estresado.
Con los inesperados efectos del cambio climático en la producción alimenticia, las ofertas mundiales de rubros de alto consumo declinaron forzosamente y esto ha conducido a un desabastecimiento general.
En la República Dominicana estamos sintiendo los primeros y duros impactos de esta disrupción en las cadenas de suministros, aventando el fantasma de la escasez y la inflación.
Al problema del desabastecimiento hay que agregarle el de las limitadas oferta de energía y sus secuelas en las industrias manufactureras.
El caso de China es elocuente. Su masa de bienes de consumo para exportación o el mercado interno está deprimida, generando aumento de los precios en aquellos que están escasos, y limitando la producción de piezas para dispositivos electrónicos.
La inflación en los Estados Unidos, ahora en el nivel más alto desde 1990, con gasolinas y alimentos por las nubes, es otro reflejo dramático de esta crisis mundial, de la que difícilmente podamos escapar indemnes.
Frente a este panorama de cuellos de botella en los suministros ¿qué plan tiene el gobierno, los empresarios importadores y los comerciantes, así como los productores agropecuarios, para asimilar el golpe?
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