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El joven presidente salvadoreño Nayib Bukele se ha convertido en uno de los líderes políticos y gobernantes más populares y eficientes de todo el mundo, ello avalado por su accionar decidido y responsable para aniquilar el vandalismo, la alta tasa de homicidios y la corrupción administrativa imperantes en esa nación durante casi toda su existencia.
Allí, en el Salvador pobre y subdesarrollado de Centroamérica, las reglas de vida cotidiana las imponían las maras criminales, integradas por miles de jóvenes y adolescentes, quienes mataban, robaban, secuestraban y violaban impunemente a empresarios, políticos, religiosos, trabajadores, comerciantes, policías y militares, al parecer sin que tantas tropelías importara a los gobernantes salvadoreños.
Pero Bukele decidió jugársela actuando con firmeza frente a esas bandas de delincuentes y criminales, apresándolos, y poniéndolos en la cárcel, sin privilegios y concesiones blandengues, como a veces ocurre en democracias del tercer mundo. Y han tenido suerte que no lo han fusilado, como ha ocurrido en Cuba, Singapur y Filipinas.
Y es impresionante y resaltante el hecho de que, el joven mandatario salvadoreño ha desarrollado y descojonado esos grupos criminales sin ser un dictador de izquierda o derecha, sencillamente con la guillotina de la ley y la razón en sus manos, y, también con el coraje y su compromiso patriótico y político con su pueblo de hacerlo vivir en paz, libertad y progreso.
Por igual acabó con los robos de fondos públicos, una vieja costumbre y casi generalizada durante décadas.
Confieso que me gusta el estilo y valor del presidente Bukele, quien decidió, cómo debe ser, gobernar para los salvadoreños, para el sosiego y progreso de las grandes mayorías, desoyendo las quejas y alaridos de la OEA, la ONU, el FMI, el Banco Mundial, Amnistía Internacional y algunas potencias hegemónicas.
Ha dicho y puesto bien claro, él, que nadie le hará cambiar su política represiva contra el crimen organizado y el robo del dinero del pueblo mientras esté al frente del poder ejecutivo.
En lo que respecta a República Dominicana, confieso que comparto en un 100% las acciones desplegadas por nuestro joven presidente Luis Abinader, también uno de los mandatarios más populares del mundo para enfrentar la corrupción administrativa estatal, tras haber designado en el 2020 a 3 joyas e indomables juristas al frente del otrora, prostituido e ineficaz ministerio público.
Considero que el presidente Abinader sólo debe realizar algunos ajustes en ese órgano de persecución del delito y la criminalidad, en todas sus manifestaciones, expulsando de allí a muchos fiscales comprometidos y defensores de viejas mañas, trampas y obscenidades asqueantes, que laceran la nobleza de la justicia y la dignidad del pueblo, dominicano.
Igualmente, nuestro presidente está en el sagrado deber de apretar un poco más la soga en el cuello de los grupos de sicarios del crimen, de las bandas callejeras que se dedican al robo, al narcotráfico y otras fechorías menores.
Asimismo, creo que Abinader debe instruir y ordenar la deportación masiva de los indocumentados haitianos e impedir, a toda costa, el ingreso a territorio dominicano de más inmigrantes ilegales del vecino país, conglomerado humano matizado por el odio, el resentimiento y el satanismo.
Y para alcanzar ambos objetivos el presidente Abinader tiene en sus manos las herramientas legales, el apoyo del pueblo y su alto compromiso con nuestra identidad dominicanista y soberanía nacional.
Sólo tiene que no hacer caso a las malsanas presiones externas, en lo que respecta a nuestras relaciones bilaterales con Haití. Hágalo, presidente, y el país todo lo amará más.
jpm-am
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