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EL AUTOR es periodista. Reside en Santo Domingo.
Después del triunfo de la revolución cubana de 1959, Estados Unidos y los gobiernos títeres utilizaron el cuco del comunismo como punta de lanza, tildando de comunistas a los contrarios de sus designios, y ahora apelan a los derechos humanos para presionar e imponer sus decisiones políticas imperiales.
Estados Unidos no registra como violación a los derechos humanos sus invasiones y destrucciones en Libia, Afganistán, Irán, Irak y Panamá, como tampoco sus pisoteos a tratados multilaterales ni a sus leyes internas, especialmente luego del derrumbe de las torres gemelas.
Para la Organizació de las Naciones Unidas (ONU) y otros organismos exteriores se quebrantan los derechos humanos cuando la República Dominicana aprueba leyes que regulan la emigración o repatria a ilegales, pero no así cuando los gringos devuelven embarcaciones repletas de haitianos, o a miles dne niños centroamericanos.
Las denominadas entidades de derechos humanos del país financiadas desde ultramar no protestan cuando delincuentes asesinan a ciudadanos, comerciantes, policías o militares, y sí se quejan y denuncian a la República Dominicana en el plano internacional cuando caen malhechores. Entonces, ¿sólo el Estado suprime los derechos de los seres humanos?
Remueve el hígado y oprime los riñones que halcones de estos centros de poder imperiales lleguen a nuestro país como pro-cónsules, con gestos de humanidad, a trazar pautas sobre derechos humanos, como si regresáramos a la época colonial. ¿Acaso seguimos con taparrabos?
Por ese mal ejemplo de la ONU y Estados Unidos, cobra fuerza la tendencia de ciertos grupos de exigir derechos sin cumplir deberes, y de reclamar supuestas prerrogativas sin tomar en cuenta que los otros también las tienen. Y olvidan que los derechos no son absolutos o totales, sino relativos, limitados y comparativos.
Feministas fanatizadas reclaman el privilegio del aborto, ignorando que malogran vidas; homosexuales piden que les permitan parrandear libertinamente con su preferencia sexual, sin importarles que dañan a niños, y vecinos prenden bocinas en altos decibeles negando el derecho de los otros a descansar.
En barrios queman gomas pidiendo agua y obras, desconociendo que contaminan el ambiente y alteran el orden; ocupan terrenos a sabiendas de que otros tienen los papeles de esas propiedades, y se injuria por los medios de comunicación despreciando el derecho al honor estipulado en la Constitución.
Común se ha vuelto paralizar el tránsito por avenidas en favor de proyectos, obviando que a los demás les asiste el derecho de cruzar; carros viejos tiran humo, olvidando que a los ciudadanos hay que preservarles la salud, y vendedores se apoderan de calles y aceras, negando que la gente pase.
Gran parte de los conflictos sociales son provocados porque yo creo que existo, pero que otros no existen; yo tengo necesidades, pero otros no las tienen, y que debo sobrevivir, pero los otros ni siquiera deben ir a la capilla. Bien lo dijo Benito Juárez: “El respeto al derecho ajeno es la paz”.
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