Los rezos musulmanes y los cantos, mezclados con los olores a incienso y los velos islámicos de las mujeres, me hacían sentir por ratos que estaba en una ciudad árabe, escudriñando en algún zoco las particularidades de su cultura. Así lo sentí estando en el mismo centro de Europa, en una calle relativamente próxima a la Grande Place de Bruselas.

Se trata de la calle de Brabant, denominada la calle comercial marroquí. Pero no, allí no solo está presente Marruecos, convergen diversos países árabes y para muestra, los olores y sabores que ofrecen restaurantes, donde se puede escoger desde mariscos del mediterráneo hasta lo más exótico de algún país al que difícilmente podamos viajar.

Estar allí un domingo es encontrarse con familias enteras que se trasladan desde diferentes ciudades de Bélgica, en busca tal vez de un poco de sus países de origen. Hacen sus compras en las tiendas de comidas o de ropas y de camino almuerzan. Yo escogí comer en la Pyramides.

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Con ese nombre, difícil que no fuera un restaurante egipcio, su simpático propietario me presentó uno por uno su personal y el país árabe de donde venía: toda una diversidad. En el menú, aunque la especialidad realmente es egipcia, ofrecían platos de diferentes países de esta cultura.

Comprar en Brabant es aprovechar buenos precios aunque no siempre buena calidad. Igual, adquirir piezas con características muy particulares e incluso artículos que difícilmente se encuentren en otras zonas.

Para mi comprar fue lo de menos. Disfruté sentir, descubrir y degustar en un ambiente relativamente seguro. Evoqué y añoré en esta pequeña representación de la cultura árabe, ubicado en un estratégico rincón de la capital belga.

marilei@hotmail.com