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Haití y la comunidad internacional

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EL AUTOR es abogdo y político Reside en Santo Domingo.

Si alguna enseñanza debemos asimilar los dominicanos, sobre todo después de los últimos acontecimientos que se han producido en Haití, es que la comunidad internacional abandonó definitivamente a su surte al vecino país y no piensa realizar el más mínimo esfuerzo para socorrerlo. Eso está más claro que el agua; las declaraciones del subsecretario de Estado norteamericano, Todd Robinson, así lo confirma. Los Estados Unidos, Francia y Canadá no planean hacer absolutamente nada para apaciguar el desastre generalizado por el que atraviesa ese desdichado conglomerado humano. Simplemente se hartaron del tema haitiano y apuestan a que todo se solucione a expensas de nuestro espacio vital.

En vista de que la mal llamada comunidad internacional pretende hacerse de la vista gorda con ese problema, el pueblo dominicano debe adoptar de manera radical, sin escuchar a nadie, medidas drásticas para preservar su integridad territorial. En ese sentido, y al margen de simpatías políticas o intereses coyunturales, debemos apoyar a las actuales autoridades a fin de cerrar la frontera, limitar la concesión de visados y servicios públicos a los nacionales haitianos, auditar el plan nacional de regularización, repatriar a los extranjeros indocumentados que se encuentren en nuestro territorio, así como cualquier otra medida restrictiva orientada a preservar la soberanía.

Se debe enviar al conjunto d naciones un mensaje enérgico, contundente y definitivo en el sentido de que no vamos a permitir, bajo ninguna circunstancia, solución al problema haitiano en suelo dominicano. A esa postura irresponsable, malvada e indiferente de la mal llamada comunidad internacional debemos oponer una férrea resistencia adoptando todas las medidas necesarias para reducir la presencia de extranjeros en el suelo patrio. Es hora de asumir posiciones definitivas, tajantes e intransigentes para que se entienda que, por encima de todas las diferencias y defectos que se nos puedan atribuir como pueblo, en la mente de cada dominicano habita una idea clara de soberanía, independencia y libertad. Para los que puedan abrigar alguna duda solamente tienen que revisar la historia dominicana desde 1844 hasta los días que corren. Las batallas por la Independencia contra Haití, la Guerra de la Restauración y las intervenciones norteamericanas de 1916 y 1965 constituyen un claro testimonio de la conciencia e instinto de conservación del pueblo dominicano.

La perniciosa influencia foránea ha apostado a sustituir la población dominicana por la haitiana, presionando a los timoratos Gobiernos que nos hemos gastado después de la muerte de Trujillo para que permitan la penetración pacifica, continúa e ininterrumpida de haitianos en nuestro suelo y, además, concediendo visados generosamente a los dominicanos para que se trasladen a los Estados Unidos. Así, poco a poco, se ha orquestado y ejecutado un plan para crear una minoría étnica en suelo dominicano con el propósito de desestabilizar ambos lados de la isla. No cabe la menor duda que la finalidad de estas medidas es justificar una intervención armada e imponer un solo Estado.

Ahora bien, lo que no terminan de entender aquellos que conciben estas perversidades es que en la composición genética de cada ciudadano dominicano, sin importar clase social, jerarquía económica, simpatías políticas o credos religiosos, existe un común denominador: el amor a la Patria y una clara conciencia de que el único lugar en el mundo en el que no somos extranjeros es precisamente en nuestro terruño. De manera que, por más haitianos que penetren ilegalmente a nuestro lar nativo y dominicanos que emigren, en su calidad de exiliados económicos a buscar mejores condiciones de vida hacia el exterior, siempre permanece intacto, tanto en los que se van como en los que se quedan, un hondo y profundo sentimiento, un sentido de pertenencia indestructible que nos acompaña desde el día en que nacemos hasta la hora en que nos toca partir hacia lo desconocido.

Por consiguiente, debemos tomarle la palabra al actual mandatario cuando afirma que su principal responsabilidad consiste en “proteger al pueblo dominicano”, como en efecto lo es. Para eso juró solemnemente defender la Constitución y las leyes.  La iniciativa de enviar un considerable número de militares a proteger la línea fronteriza es una medida encomiable que todos debemos apoyar y supervisar para que se mantenga, fortalezca e intensifique en lo sucesivo. En días pasados el mandatario expresó: “La frontera está segura y vamos a garantizar de que siga así. Hemos incrementado en más de tres mil quinientos hombres la seguridad de la frontera, tenemos todos los servicios de inteligencia trabajando en ese sentido y seguiremos tomando las medidas para garantizar la seguridad de nuestra frontera, de nuestro territorio y que el país no se afecte por la inestabilidad de la República de Haití”.

Las palabras del mandatario generan sosiego y tranquilidad en estos momentos en que el vecino país es literalmente “tierra de nadie”, un caos total en el que prevalece la criminalidad y las bandas armadas controlan parte de su territorio. El personaje que tiene mayor cuota de poder en estos momentos es Barbecue, quien ha asumido un discurso populista al formular severos cuestionamientos a la oligarquía y las organizaciones políticas haitianas. En este aspecto relativo a las bandas, el presidente Abinader señaló en la edición del Listín Diario del 4 de noviembre que “(…) yo tengo la responsabilidad de proteger a este país, y chequear que aquí no entre nadie de bandas, que estén ligados a otros sectores camuflados”.

Se trata de medidas oportunas y necesarias que marcan un cambio de rumbo en la política exterior con relación al vecino país. Actualmente ningún tema es más importante en la agenda nacional que la preservación de la soberanía, la cual se encuentra amenazada por la inestabilidad general que impera en Haití. No se deben escatimar esfuerzos ni recursos para vigilar cada pulgada de la extensa frontera que marca los límites territoriales, así como tampoco para auditar e identificar los extranjeros que viven entre nosotros. Las oficinas de registro de extranjeros que se inauguraron recientemente en Dajabón y Elías Piña constituyen iniciativas importantes para organizar el aspecto migratorio.

En definitiva, vivimos una etapa crucial en la que se requiere la unidad de todos los dominicanos. Las declaraciones del subsecretario de Estados Unidos, Todd Robinson, no deja lugar a dudas de que la comunidad internacional se cansó de Haití y lo abandonó a su suerte. Por tanto, debemos acopiar fuerzas y tensar los músculos para enfrentar cualquier agresión. Es la oportunidad que esperan algunos sectores internacionales para justificar sus desatinos. Se debe reconocer como un fracaso de la diplomacia dominicana la dependencia que tenemos de los Estados Unidos para resolver el problema haitiano. Precisamente a su desafortunada política exterior se debe el éxodo de haitianos hacia la República Dominicana y otras naciones.

La frontera jurídica sobre la nacionalidad está delimitada, así como la territorial que exige mayor cuidado, control y vigilancia. Para preservar esta última basta invocar la teoría del margen de apreciación nacional que le permite a los Estados adoptar medidas drásticas en determinadas situaciones de peligro. La Constitución dominicana prevé el Estado de Defensa, de Conmoción Interior y Emergencia en los artículos 263, 264 y 265. De modo que existen mecanismos más que suficientes para garantizar la seguridad colectiva en casos extremos, como los que podrían suceder en nuestro país. Ojalá todo transcurra en orden, pero, en caso contrario, debemos estar preparados para cualquier eventualidad.

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