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República Dominicana gasta cuantiosos recursos en la aprobación de leyes que luego pocos respetan. Estas leyes establecen bien claro lo que hay que hacer contra sus infractores.

Por ejemplo, la ley antirruidos son pocos los que la respetan. En los barrios es normal colocar bocinas en medio de las calles para organizar fiestas hasta el amanecer.

Y lo peor del caso es que la Policía va a dichos  lugares y en vez de aplicar la ley, sus agentes felicitan a los organizadores de dichas fiestas.

La música a alto volumen constituye un atentado contra la tranquilidad de los ciudadanos serios y trabajadores que habitan en los barrios de las principales ciudades.

Sin embargo, el Estado, en lugar de proteger a esas personas, lo que hace es confabularse con delincuentes que intranquilizan a los buenos ciudadanos.

Cuando alguien llama a la Policía para reportar una música alta, la mayoría de las veces nadie atiende al llamado del ciudadano.

Con el engaño de democracia, los políticos corruptos acostumbraron a los dominicanos a vivir como «chivos sin ley», y esa situación hoy le está «pasando factura al país», ya que se vive en un caos generalizado.

Es común ver talleres de mecánica y paradas de motoconcho en las aceras, sin que las autoridades competentes intervengan para impedirlo.

Es lo más parecido a una serie de muñequitos, donde la gente camina por el medio de la calle y los vehículos por la acera, mientras los muertos en un accidente son llevados al hospital a curar y los heridos a la morgue para luego ser sepultados.

Las alcaldías también han promovido el desorden en sus respectivas demarcaciones, debido a que permiten la violación de las leyes sobre espacios públicos.

Lo que no entendemos es por qué es tan difícil hacer que se respeten las leyes, en un país que después de la caída de los gobiernos fuertes, el caímos en un desorden generalizado, del cual no se ha podido salir.

Juan Gómez

Las calles

No la tengo contra los parqueadores, pero deploro que esas personas se apropien de tramos de calles para estacionar vehículos, como si fueran propietarios. No son los únicos que lo hacen. También los dueños de negocios incurren en la práctica. Solo me pregunto: ¿Hasta cuándo?

Carlos Rodríguez

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