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EL AUTOR es abogado. Reside en San Cristóbal.
En nuestro país, existe un sentimiento de falta de fe y desvergüenza que lleva a las personas a pensar que cualquier camino para alcanzar un objetivo resulta indistinto a otro y mucho mejor si es un camino fácil y rápido adornado de privilegios, aunque el resultado de ello conlleve la afectación de cualquier otra persona.
Nadie quiere hacer una fila para recibir un servicio, nadie quiera esperar en ninguna parte para ser atendido, todos queremos lo más rápido, lo mejor, aunque nuestros méritos y poder de adquisición no esté al nivel de otros que pagan por ello, en definitiva, una cultura de inconciencia que afecta en determinados momentos la convivencia pacifica de los Dominicanos y Dominicanas.
Se nace sin nada, pero se muere con menos, porque por lo menos al nacer tienes un comienzo y puedes tener expectativas para los tiempos por venir, pero lo que al parecer ignoramos es que dar lo desproporcionado provoca dar de menos a quien lo merece porque se genera un desequilibrio, sin embargo, eso no importa al momento de procurar beneficios adulterados que vendan la ficción de que somos mejores y que valemos más que los demás.
Esa extraña conducta no es genética, es mas bien el fruto de las enseñanzas, influencias y mensajes equivocados que nos llegan como un negocio de ventas de sueños a quienes buscan en sus postulaciones una esperanza que les permita sobrevivir y poder extender sus años con el pan al alcance de sus manos y una salud aceptable.
Existe un elemento adicional, es la poca racionalización a la que se somete al cerebro desde las calles y a veces desde las escuelas, con una estrategia torcida, muchas veces movidos por el delito aspiracional que resulta como fruto del bombardeo sistemático de novedosos extranjerismos que no dejan de ser ficción y que en busca de la novedad llegan hasta la desfachatez de la promoción de los antivalores.
Recientemente acudimos a un episodio, en donde un atleta de categoría cimera es vetado de ingresar a una nación en donde se celebra anualmente un evento que ha sido ganado varias veces por ese deportista, por reglas de protección establecidas como consecuencia de la pandemia que azota el mundo.
Reglas son reglas, y se aplican o deben ser aplicadas a todos por igual, eso es lo ideal, pero pienso que quizás si fuera en nuestro país, por la costumbre que tenemos, ya le hubieran buscado un bajadero, lo que es de humanidad pero también es una contradicción porque una regla establecida para la seguridad de un país no puede tener privilegios ni bajaderos, es decir: o nos sometemos todos o no hacemos nada.
Todo esto es una forma de ver como desde el poder se deben proponer reglas aplicables y justas para todos, que no sean abusivas, pero que sean racionalmente viables y aplicables.
Ese tipo de inconsistencias entre lo propuesto y lo que se aplica, es lo que provoca una especie de insurrección conceptual que afecta la presentación de valores en la ciudadanía, provocando que la gente se robe la luz roja de los semáforos, que no se quiera hacer filas para nada, que no se detenga a un alto a la autoridad, que no se acepte reconocer que se ha cometido una falta, entre otras muestras de la cultura de preferir lo mal hecho sobre lo que debe ser el comportamiento de los seres humanos y que en múltiples ocasiones desemboca en violencia.
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