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Debería ser unánime el criterio de que el debate de candidatos presidenciales escenificado antier representó un gran triunfo de la democracia dominicana que en ese duelo de civilidad demostró su fortaleza y resiliencia ante un entorno externo matizado por crisis política o disrupción institucional.
Es de justicia reconocer la decisión del presidente Luis Abinader, de incorporarse a ese duelo cívico porque su presencia lo convirtió en acontecimiento político inédito que confrontó en un mismo escenario a un gobernante y con sus principales contendientes electorales.
Los candidatos Leonel Fernández y Abel Martínez también engalanaron esa tribuna democrática que permitió a la población conocer y comparar ofertas, reflexiones, réplicas y contrarréplicas de esos postulantes sobre temas esenciales de la agenda nacional.
Seguidores o simpatizantes de Abinader, Fernández y Martínez proclaman que sus respectivos candidatos resultaron ganadores de esa contienda de ideas y promesas, pero todos deberían reconocer que los tres postulantes tuvieron un desempeño muy por encima del promedio.
Minuto y medio, con réplicas de 45 segundos no es tiempo suficiente para ilustrar a la audiencia sobre lo que se ha hecho o se promete hacer para afrontar temas esenciales como efectos de la crisis haitiana, reforma fiscal e inseguridad ciudadana, pero los electores quedaron edificados sobre la intención de cada aspirante.
Abinader centró su estrategia durante ese debate en ofrecer estadísticas sobre lo que dice ha hecho su gobierno, así como sus promesas en caso de resultar reelecto, lo que fue refutado por Fernández y Martínez, quienes también esbozaron propias ofertas electorales.
La población ha recibido de esos candidatos presidenciales un legajo de promesas u ofertas para afrontar acuciantes problemas que aquejan o perturban a la República, por lo que corresponde a cada elector reflexionar sobre lo expuesto por Martínez, Fernández y Abinader para encausar el destino de su sufragio en los comicios del 19 de mayo.
Los partidos mayoritarios centran hoy su pugna electoral en procurar fijar en la percepción colectiva que sus respectivos candidatos salieron triunfantes en el histórico debate electoral, aunque todos deberían admitir que la gran victoria ha sido de la democracia política.
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