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Somos nuestra prisa. Donde fluyen las gentes, nuestro prójimo cuando cree en lo que nosotros creemos, que siempre lo hacen como un río crecido.
Cuando me detengo a contemplarlos y al verlos me veo a mí mismo como transeúnte, como ser cada día menos pensante y oriundo de sombras que se la está llevando el río Ozama, Isabela, el Yuna o el mar Caribe y no en los espectáculos deportivos, musicales, políticos, religiosos, sino en cómo las gentes, en la mañana, van al trabajo y regresan de él. Hoy, que nos hemos convertido en una sociedad multirracial que, hasta hace poco eran los ciudadanos venezolanos, por citar uno, pululaban por montones, y también del vecino distante y cercano, Haití, que son y no son, de acuerdo como lo veamos cercanos, distantes. Digamos que el noventa por ciento de los ciudadanos que transitan las calles son dominicanos.
Hace una década o algo más, antes de la construcción del metro de la capital, las paradas de las guaguas tanto del transporte público como privado, estaban abarrotadas de gentes, yendo y viniendo de todos tipos de trabajo, con todo y que el medio de transporte privado ha crecido también los han hecho los usuarios que, aun con sus vehículos prefieren el transporte alternativo, ahora también lo está el metro en las famosas horas pico.
Al ver sus caras, sus cuerpos, su forma de vestir, me digo: ¡Cuánto ha cambiado la sociedad dominicana! Y es lo normal que así suceda.
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La manera en que nos desenvolvemos dice cómo anda nuestra vida espiritual. Ese ir y venir del trabajo dice el cansancio espiritual que desencadena el material en el que estamos inmerso.
Nos notamos cansados de todo y aunque es imposible de contabilizarlo, por la supuesta cara de la felicidad eterna del dominicano, no deja de ser una simple especulación de un miope, que ni ahora ni antes ni de cerca ve, sino que huele. De ahí que somos nuestra cotidianidad de cualquier manera que lo sintamos, veamos o lo pensemos. La cotidianidad trabajo como un obrero mal pago nuestro interior de manera subrepticia, hondeándonos a su antojo.
La facilidad con que cualquier incidente, entre los usuarios, altera ese fluir llevándolo a la violencia es pan de cada día. Eso nos hace pensar que cada día transcurrido nos soportamos menos y a eso se le añade el uso del móvil como fuente de energía para la violencia, no importa lo que se esté oyendo o viendo.
Estamos continuamente alimentado la impaciencia del existir a la manera moderna: no importa lo que se haga, tarde o temprano se termina explotado. La sociedad dominicana anda de prisa y si la prisa es signo de progreso, nos jodimos, en verdad, ¿nos jodimos?
Lo que podría dar como diagnóstico, sin ánimo de empeorar…¿es que todo anda así? Sea el medio en que nos desenvolvamos, desde lo espiritual hasta lo más ínfimo de lo material.
Digamos que la prisa es personal y la convertimos en colectiva cuando la declaramos, en mayúscula, propiedad privada armada hasta los dientes, sea que vengan de cualquier centro de estudio, trabajo con el cuerpo enfermo de aburrimiento, el andar impaciente, intolerante con ellos mismo y nadie diga que es por la edad, atropellando.
Una masa fluyendo hacia la salida, destino: una masa fluyendo hacia el trabajo, estudios, con la misma actitud y falsas promesas en su gestualidad y habla y, por cualquier incidente, cual sea el género, es donde se ve, se siente, se termina a la orilla vuelto una M en violencia.
Sin ánimo de diagnosticar nada y mucho menos nuestra realidad, lo que podría llegarse a concluir por obligación del que es condenado sin oírlo y micho menos sin juicio sumario es que, todo nos dice cómo anda lo espiritual en RD, con cadena de oraciones o no, a la deriva, porque nos hemos vuelto unos negociados del tiempo, este tiempo nuestro que nos ve zozobrar sin ánimo real, solo en la intención del hablar por hablar, y si en hablar y no resolver nada radica la libertad, la nos jodimos podría quedarnos pequeña.
Por: Amable Mejía
amablemejía1@hotmail.com
El autor es escritor.
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