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La inacabable osamenta del Descubridor

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El autor es periodista. Reside en Santo Domingo

POR PEDRO GIL ITURBIDES 

Hace poco los españoles anunciaron el descubrimiento de la capilla en la cual, en algún momento, se depositó el cuerpo sin vida de Cristóbal Colón.

Descubrieron restos del polvo del cual nos prometió Dios Creador y Padre Nuestro, sería destino final del cuerpo humano.

Estudios relacionados con el lugar de la capilla y de la cripta, determinaron una singular afirmación: eran polvo de la osamenta de Don Cristóbal. Nueva prueba de la suerte adversa de su vida. Porque ni siquiera tras su muerte, han podido sus restos, descansar en paz.

Locuras de esos movimientos surgidos sobre todo en Estados Unidos de Norteamérica, carentes de sentido y significación, fue la campaña destinada a derribar las estatuas edificadas en recuerdo de sus hazañas y aventuras.

Cristóbal Colón

Nunca fue Colón culpable de la extinción de ninguna raza. Si a recientes investigaciones nos acogemos, veremos cómo los aborígenes se combatían unos a otros. Y cuando no por prácticas antropofágicas o por matanzas en combates inter tribales, se extinguieron pueblos enteros.

Pero no, eso no ha bastado en nuestros tiempos aun conociendo esa verdad.

El hombre de la jettatura, el pobre Almirante Descubridor, tenía que cargar con la culpa. Y pese a la verdad sacada a la luz por estudios arqueológicos, antropológicos e históricos, hemos derribado las estatuas de quien no puede defenderse.

No pudo defenderse en vida, engañado como lo fue por el Rey Fernando el Católico, en la aplicación de las Capitulaciones de Santa Fe. Este contrato, firmado al pie de los triunfos militares de los Reyes Fernando e Isabel tras la derrota de Abderramán, le concedió la seca y la meca al ilusionado navegante.

¡Claro! Entonces se concebía una Tierra Plana y al término del Mar Océano, un abismo insondable. Por ese abismo habrían de precipitarse las naos capitaneadas por el iluso marinero. Mas no ocurrió de tal modo, sino que el hombre de la mala suerte retornó a España con muestras de lo encontrado.

Dos hijos de un cacique de Quisqueya, unas aves multicolores parlanchinas, batata, axí, muestras de oro de aluvión, cazabe y la yuca de cuya harina se confeccionaba, y otras cosillas. El mundo pues, era redondo.

Los viajes de Colón

Era llegada la hora de revisar el contrato. Aquellas Capitulaciones de Santa Fe eran incompatibles con esas muestras. ¿Cómo permitir al trashumante viajero el disfrute de las fuentes terrenas de las cuales trajo estas muestras?

y dio inicio Don Fernando a las maquinaciones destinadas a despojar al Descubridor de lo concedido en el instante durante el cual se soñó con lo irrealizable.

El Rey no pudo, en tanto vivió su consorte, Reina también, Doña Isabel, apelar a sus maquinaciones. La Reina, empero, fue de corta existencia. Y cuando casi con el inicio del siglo XVI la Reina cerró los ojos, el Ministro Fonseca inició la campaña para cerrar el paso al Almirante Descubridor.

Poco a poco les fueron cerrados los caminos. Y a poco también, sus ojos. Y éstos, cerrados para siempre.

Nadie quiso ni ha querido ver a los caribes comiéndose a los taínos. Ni a los aztecas sacrificando a los tlatacalenses o a los mayas vencidos en las guerras. Ni a ninguna de las otras tribus que aniquilaron culturas creadoras para comerse sus corazones.

¡Colón, el Descubridor, es el culpable!

A las puertas de la muerte, cuando contempla que la conspiración del Ministro Fonseca le impide nuevo viajes, testa. No es mucho cuanto posee para repartir, sino emociones y sinsabores. Y sobre todo una inquebrantable Fe en la Misericordia de Dios, con la cual ha contado para encubrir el dolor causado por el desengaño de quienes concibió como protectores.

Sus restos, escribe, reposarán en la Española. No fue la primera isla encontrada, mas, ha sido la más querida.

Pero ni en ella encuentran sus restos el descanso eterno. Cuando esa España cuyas adversidades han superado las de él en el futuro, comienza a resquebrajar su imperio, muda sus restos. Tras la firma del acuerdo por el cual cede la parte mayor –la cual de milagro posee- de la isla de Santo Domingo a Francia, alguien se acuerda de él.

El Teniente General Gabriel Aristizábal, sin duda, se pregunta por la deuda de su pueblo con ese hombre. Sus restos están aquí, a un lado del Altar Mayor de la Catedral y dispone buscar esos huesos. Y carga con ellos.

En realidad carga con los de Don Luis, hijo de Don Diego. Y el error reluce cuando a fines del siglo XIX, debido a labores de reconstrucción dispuestos por el Rdo. Padre Francisco Xavier Billini, aparece la caja de plomo cuya inscripción, críptica, proclama su contenido.

Don Emilio Tejera, uno de los testigos de la comisión oficial organizada para levantar acta del doloroso acto de apertura del cofre, escribe sobre cuanto viven esos dominicanos de esos días. A sus ojos afloran lágrimas contenidas milagrosamente. Polvo eres y en polvo te convertirás.

Al fallecer este grande hombre, ha sido enterrado en una capilla en Valladolid, más tarde destruida. Nadie lee el testamento. Siete años después, esos restos supuestamente son llevados por los cartujos a una Iglesia de Sevilla. Y en 1536 son trasladados a Santo Domingo.

Cuando en1795 la España vencida intenta llevarse los restos por disposición de Aristizábal, en realidad carga con otro cofre. Y los del descubridor permanecen escondidos, a un costado del Altar Mayor de la Catedral Primada del Nuevo Mundo descubierto por él.

La suerte, sin embargo, no le cambia. Ahora, hace poco, los españoles siguen dándole vueltas a los restos de este hombre de engañosa suerte. Están, dicen, partes de esos restos, en Sevilla, en Cuba y en Santo Domingo.

Dios, el Creador, en cuya sabiduría puso siempre su destino, permita que cuales sean en verdad sus restos, descansen en paz. Su Alma, sin duda, hace tiempo fue acogida por el Hacedor que todo lo puede.

JPM

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