Para ello, la persona no arrepentida debe dar los siguientes pasos: Primero, reconocer los pecados y delitos que ha cometido. Segundo, sentir dolor y vergüenza por haberlos cometido, ante Dios y la sociedad. Tercero, confesarlos a Jesucristo, sin ocultar nada.

Cuarto, recibir su perdón y quinto, estar en disposición de vivir en santidad, o sea, sin practicar más los pecados y delitos que cometió (Romanos 10:9-13)

Entre los pecados que abarca el arrepentimiento figuran los pecados sexuales: adulterio, fornicación, orgías, inmundicias y lascivia (Gálatas 5:19)

Permítanme aclarar lo que implican la fornicación y la lascivia. La primera abarca las áreas sexual y espiritual. Por eso, las personas que creen, veneran y adoran a los ídolos y a los santos cometen fornicación espiritual.

Asimismo, la lascivia se manifiesta en forma de lujuria, erotismo, sensualidad, incontinencia sexual, obscenidad, impudicia y concupiscencia, factores que mueven a determinadas personas a practicar la homosexualidad, el lesbianismo, el incesto, relaciones sexuales con animales y pederastia o abuso sexual contra los niños.

La Biblia señala que los fornicarios, los idólatras, los adúlteros, los afeminados, los que se echan con varones, los ladrones, los avaros, los borrachos, los maldicientes y los estafadores no heredarán el reino de Dios. Sin embargo, tales personas pueden resolver dichos problemas espirituales mediante  el arrepentimiento (1Corintios 6:9-10)

Otros de los pecados que abarca el arrepentimiento son: los celos, la envidia, la ira, los pleitos, las contiendas, las disensiones, las borracheras, los homicidios y las enemistades.

También es necesario arrepentirse de los pecados religiosos: idolatría, santería, herejías, hechicería, brujería, magia negra y de la blasfemia contra Dios (Gálatas 5:20-21)

Y hay un pecado o delito que la Biblia no menciona por su nombre. Me refiero a la corrupción. Este se practica mediante el fraude, el robo, la estafa, la extorsión, la mentira, el encubrimiento y  la impunidad.

Ese delito y los demás pecados los practican personas duras de corazón, incrédulas, no arrepentidas, que no quieren reconocer su condición de pecadoras y de delincuentes, pero  necesitan arrepentimiento ya.

Tales personas no sienten dolor ni vergüenza, ante Dios ni la sociedad por los pecados y delitos que cometen, se niegan a rendir su vida pecaminosa ante Jesucristo para recibir perdón y  no les interesa separarse de la maldad.

Sin embargo, en las personas que verdaderamente nos hemos arrepentido, ocurre lo contrario, debido a que hemos experimentado el “nuevo nacimiento” que sugirió Jesús a Nicodemo, conocemos la verdad del Evangelio y hemos sido liberadas de los pecados y delitos que nos esclavizaban (Juan 3:1-3y 8:31-32)

Y lo más importante y trascendente: hemos establecido y mantenemos relación personal con nuestro Señor y salvador Jesucristo, quien nos ha convertido en nuevas criaturas espirituales, en hijos de Dios y en herederos de su reino, desde ahora y para siempre (1 Corintios 5:17 y Juan 1:12-13)

A ello obedece que podemos llevar, mostrar y compartir con las demás personas los frutos que el Espíritu Santo manifiesta en nuestro corazón: su amor, gozo, paz, paciencia, bondad, fe, mansedumbre y templanza. La templanza ayuda a actuar con moderación, comedimiento y formalidad frente a las demás personas (Gálatas 5:22-23)