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Aunque se le llame así, donación, la realidad es otra: la sangre es un artículo de comercio y la mayoría de los que se la dejan extraer reciben alguna paga.
Hay real donación voluntaria cuando un ciudadano acepta dar parte de su sangre a un paciente necesitado, por lo general un amigo, allegado o miembro de la familia.
Como en el país no hay suficiente disponibilidad de sangre fresca para transfusiones en casos de anemias graves o cirugías, la gente tiene que apelar a la generosa gratuidad de los reales “donantes”, que no cobran nada por eso.
Son los casos excepcionales, porque si no aparecen esos solidarios hay que apelar a los llamados donantes registrados, que cobran hasta más de 2,000 pesos por cada pinta en los bancos de sangre.
La idea de incentivar con exenciones del pago del metro y el teleférico y con descuentos para matrículas universitarias y adquisición de equipos tecnológicos, podría ser una alternativa para quitarle el sello crematístico a las llamadas “donaciones voluntarias”.
La propuesta es del director del Hemocentro Nacional, doctor Pedro Sing, quien sabe lo que dice. Frente a un déficit actual de 250,000 pintas de sangre, este tejido del cuerpo es altamente apreciado.
En esa misma línea, el ingeniero Freddy Báez, quien dirige una red de cinco bancos de sangre, propone la figura de la “donación remunerada”, lo que debería consignarse en una reforma a la ley de Salud que taxativamente prohíbe pagarles a los donantes.
En la práctica, esa es una norma muerta porque las “donaciones” de sangre no tienen el sello de la gratuidad. Se compra a un precio y, en la cadena de distribución, se revaloriza hasta tres veces más.
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