EL AUTOR es compositor, publicista y estratega político. Reside en San Cristóbal.

Una isla y dos naciones, pero ambas con historias muy diferentes y divididas por una frontera imaginaria. Haití fue la segunda nación del continente americano en proclamar y lograr su independencia, en 1804, solo después de los Estados Unidos, que lo hicieron el 04 de julio de 1776.

Este hito histórico de independencia, marcó al pueblo haitiano con un espíritu inigualable de nacionalismo, puesto de manifiesto en grado extremo tras sufrir un devastador terremoto el 12 de enero de 2010, que le ocasionó unos 316 000 muertos, 350 000 heridos y millón y medio de damnificados.

Aquel inesperado acontecimiento hundió más en la miseria a la nación haitiana, al grado de que sus nacionales empezaron a consumir galletas elaboradas con lodo, untadas con aceite y mantequilla, para lograr sobrevivir, lo que consideramos una acción altamente lacerante y conmovedora que impacta incluso al más insensible de los seres humanos.

Ante el panorama deprimente de esta nación considerada no viable para recuperación económica, a los haitianos no los motiva abandonar su tierra y cruzar la frontera imaginaria de República Dominicana, al estilo de los inmigrantes centroamericanos, quienes lo hacen en caravanas de millares de personas cruzando hacia México, como vía para llegar a la tierra prometida, los Estados Unidos de América.

Nunca me he considerado prohaitiano, ni lo seré. Me siento orgulloso de nuestra historia y soy hijo del heroico pueblo de Beller y Capotillo, provincia Dajabón. Aunque ya soy hijo adoptivo de la provincia de San Cristóbal, cuna de la primera constitución de la República.

Pero si las condiciones económicas de Haití fueran las de República Dominicana y las nuestras fueran las de Haití, más de media población dominicana hubiera cruzado la imaginaria frontera para radicarse suelo haitiano.

Inculquemos a la presente y las futuras generaciones los sentimientos de nacionalismo y amor a la tierra que nos entregaron libre, independiente y soberana los padres de la patria, Duarte, Sánchez y Mella, así como los de otros valientes que abonaron con su sangre nuestro territorio para convertirnos en la nación más alegre del mundo.

¡Que viva la República Dominicana!

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