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La curiosidad era generalizada en la familia, de manera particular en los más jóvenes. La vida del tío siempre fue un misterio, una especie de secreto masónico que muchos suponían conocer, pero ante el evidente acuerdo tácito para no tocar el tema, todos cumplían con el compromiso casi sagrado del silencio.

Su partida a Estados Unidos, desde el inicio de su adolescencia, fue causa de sorpresa sin justificación aparente.
Procedía de un entorno en que lo económico jamás sería motivo para emigrar. En el país disponía de todas las posibilidades para desarrollarse en el área que quisiera, pudiendo educarse en los más acreditados centros académicos.

A esos privilegios heredados renunció para asumir una vida con limitaciones inimaginables en su lar nativo. Se desinteresó por los estudios y aceptó trabajos que le generaban tan magros recursos, que apenas alcanzaban para cubrir sus necesidades básicas.

Cuando familiares lo visitaban, no podían escapar a la extraña sensación de que el pequeño apartamento que ocupaba había sido objeto de cambios recientes en detalles propios de la intimidad.

No se explicaban la cantidad de perchas sin usar; gavetas inexplicablemente vacías; ropa de camas y baños bordada con letras cuyo significado no descifraban y, lo más extraño, zapatos de talla distinta a la del Tío.

Así como su partida súbita produjo asombro, más lo hizo su anuncio de que regresaba al país de forma definitiva. ¿Qué explicación podía tener que quien se fue de su entorno natural sin causas visibles, de pronto decidiera regresar de forma aún más enigmática?

El tío decidió instalarse en una pequeña parcela rural que adquirió en las afueras de la ciudad, con lo cual, continuó su hilera de decisiones sorprendentes que incrementaban la extrañeza de su gente que supusieron que, no obstante su retorno, él enviaba el mensaje inequívoco de que deseaba no tener contacto frecuente con sus allegados.

Ellos acataron su voluntad y se mantenían a distancia prudente de alguien con quien, después de todo, tampoco se sentían demasiado comprometidos por los efectos ineludibles de la lejanía.

Pese a todo eso, no pudieron evitar el gran impacto de la noticia cuando fueron informados.
Nada podía ser más horroroso que el sadismo empleado para ser asesinado por el hombre que, supuestamente, le servía en su casa de campo, sin que resultaran visibles las razones de tanta crueldad, porque ni el más insignificante objeto se había extraviado del escenario de aquella masacre.

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