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El autor es antropólogo. Reside en Nueva York.
POR FELIX REYES
Al leer el título de este escrito, algún avezado lector habrá cuestionado la pertinencia del mismo, tomando en cuenta que estos líderes representan el mismo extremo, al no existir diferencia significativa en sus ideologías y comportamiento político, ya que ambos representan expresiones de una nueva derecha reaccionaria que promueve lo que estudiosos de la ciencia política denominan como democracia iliberal o autocracias blandas.
Las autocracias blandas adoptan de manera formal la celebración de elecciones como medio de legitimación interna y externa, pero evaden adoptar otras instituciones que son componentes esenciales de la tradición democrática constitucional, principalmente el respeto a la minoría, que es una condición sin la cual no es posible la alternancia política.
Nadie tiene dudas que Putin es una expresión genuina de autocracia blanda, pocos dudan que Trump, si lo dejaran, ejercería un tipo de gobierno similar.
Cuando escribo que los extremos se juntan como derivación de citar a estos dos líderes políticos, en realidad me refiero a la coincidencia entre sectores de una izquierda nostálgica y la citada derecha reaccionaria en su apoyo a la agresión de Rusia a Ucrania.
Por un lado, se observa que, en Estados Unidos, Trump, Mike Pompeo, Steve Bannon, los comunicadores Tucker Carlson y Sean Hannity, así como otras figuras de primer orden de la nueva derecha agrupadas en el movimiento MAGA (Hacer América Grande otra vez por sus siglas en inglés), han justificado la invasión rusa, calificándola algunos de ellos como un acto genial, digno de imitar por Estados Unidos para se aplicado en el caso de su frontera con México.
Como muchos han señalado, no en balde Putin y Trump han sido aliados desde el momento en que el segundo proclamó su interés de ser presidente, contando con un apoyo crucial del primero en las elecciones del año 2016.
Por otro lado, es común leer exponentes de una izquierda reaccionaria, nostálgica de una época en que tenían más relevancia, defender una acción agresora de un Estado con vocación de restauración imperial hacia otro Estado que, mediante el Acuerdo de Budapest en el año 1994, entregó las armas nucleares que poseía al Estado que hoy lo agrede, con la condición de que respetara sus fronteras.
Esa izquierda troglodita justifica la agresión de un país conducido por oligarcas hacia otro país cuyo pecado es su voluntad de vivir en democracia y aspirar a mejorar las condiciones de vida de sus ciudadanos mediante su ingreso a la Unión Europea. El problema que representa Ucrania para Putin es que podía servir como un mal ejemplo para los rusos.
Como he indicado en el título, ciertamente los extremos se juntan. Ambas corrientes son reaccionarias, aspiran volver al pasado. Los une su aversión a todo lo que signifique derechos ciudadanos y políticos, como la libertad de opinión, la libertad de asociación y la alternancia política.
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