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Los padres de ella les permitieron construir su apartamento encima de su casa. Querían que resolvieran su problema habitacional al inicio de una relación de magnífico pronóstico por la calidad de sus integrantes.
Desde el diseño, se percataron de que no podrían edificar el inmueble preservando el espacio limítrofe con la casa contigua. Era una diferencia mínima, pero violaba las medidas exigidas.
Por tener buena comunicación con los propietarios de la casa afectada, conversarían con ellos. Como los dos señores eran amigos de muchísimos años de los papás de los recién casados, acordaron que los cuatro les plantearían la situación.
La aceptación fue inmediata. Les dijeron que hicieran un documento para firmar la autorización y que se iniciara la construcción del hogar que alojaría a dos personas que ellos querían mucho. De esa forma, se estableció una vertiente de vecindad que superó las excelentes carácterísticas que tuvo desde siempre porque el nuevo integrante de la cofradía tenía una vocación de servicio ilimitada.
Menos de una década después los dueños fallecieron. La casa fue ocupada por uno de sus hijos con problemas conductuales. Su peculiar estilo de vida hizo que todo el barrio sufriera las consecuencias de sus excentricidades. Pero su obsesión inmediata fue procurar que demolieran la ilegal construcción que los vecinos de al lado habían levantado.
No valió que le mostraran la aprobación otorgada por sus progenitores; ni que los demás herederos reiteraran su anuencia. Lo suyo era patológico y desató una serie de acciones judiciales para lograr su propósito de hacer desaparecer un nido de amor hecho con tanta ilusión.
Paralelo a los procesos legales, cada día creaba nuevos mecanismos de acoso, como ruidos ensordecedores; arrabalización del entorno; grababa sonidos con ladridos de perros y los ponía de madrugada a todo volumen. Eso concitó la unidad de la junta de vecinos para apoyar a la pareja atormentada por una persona que había perdido la salud mental.
Todos acudían a las citas judiciales a respaldar al demandado, que era una manera de defenderse ellos mismos. El problema era que la ley no favorecía a quien la había vulnerado. Pese a eso, las autoridades intentaban mediar con aquel caballero que no entraba en razón ante ningún argumento.
Solo accedía si le restauraban el espacio ocupado.
Eso era imposible sin transformar el apartamento.
No quedó otra alternativa.
Al hacerse, continuó perturbando con nuevas manías a un vecindario que perdió la paz.
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