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Amor de madre es mami Nena – Periódico El Caribe


1- Siempre está ahí
“Me propuse escribir unas diez anécdotas para darles testimonio de mi relación con Mami Nena y cuánto significaba para mi vida, como hijo y en mi vocación sacerdotal. Me fue difícil escogerlas.

Cuando tenía listo mi esquema, mi hermana Mercy, la autora de esta obra suya “Mami Nena cree, espera y ama”, del año 2010, me dijo sin más: ‘No seas largo, escribe sólo una página’. No creo que escriba una página; pero iluminado por ese consejo, contaré solamente un hecho que es paradigmático y que marca indiscutiblemente, de una manera profunda, toda mi existencia, en todos los órdenes.

En el verano de 1951, tenía yo entonces once años, mis padres debieron emigrar de la ciudad de Higüey a La Finca del Salado, por razones de trabajo. Papá había perdido su camión y su pequeña empresa de compra de productos agrícolas higüeyanos y venta de los mismos en la Capital, porque las muchas lluvias de esos días se llevaron los puentes, no se podía pasar y todo se perdió.

Una mañana de julio partieron hacia allí con mis hermanos. Ya ellos habían terminado sus clases, pero yo no. Debía quedarme en casa de los abuelos, por razones de estudios; pero en un par de semanas después también yo viajaría con mi papá por los casi 30 kilómetros de carretera, sin asfaltar, de verdes campiñas despobladas, que me separaban de mi familia.

Yo iba de vacaciones a una gran hacienda en donde mi padre era el mayordomo, el jefe. La “guagua” nos dejaba en la entrada, a unos tres kilómetros de la casa, que debían ser recorridos a caballo o a pie.

Cuando abrí la puerta del gran patio, cubierto de grama verde, salieron todos mis hermanos gritando: ¡Ramón! ¡Ramón! y Mami Nena, cuando se dio cuenta que yo había llegado, lo dejó todo y salió corriendo detrás de ellos, a lo largo de todo el patio, hasta llegar al portón y clamando, con los brazos abiertos y con lágrimas en los ojos: ¡Hijo mío! ¡Hijo mío! En ese entonces ella tenía treinta y seis años.

¿Puede usted olvidar una escena así? Para cada uno de los detalles de ese verano una tecnología adecuada podría sacar copias de las fotografías que han quedado grabadas de Mami Nena en mis ojos.

En ese momento yo estaba simplemente feliz; volvía a casa, con los míos y de vacaciones. Pero cuando pienso en Mami Nena, pienso en su inmenso amor por mí, su hijo, que debió dejar lejos y en el dolor que este hecho le produjo; en las muchas lágrimas que debió derramar en silencio por mí.

Por eso, para mí el amor de madre, de manera gráfica, es Mami Nena corriendo hacia mí con los brazos abiertos, clamando con lágrimas ¡Hijo mío! ¡Hijo mío! Por eso, también, lo es el amor del Padre, de manera gráfica, en aquella escena de la parábola del Hijo Pródigo, que regresa a la casa del padre que lo espera, narrada por el evangelista Lucas 15: ‘Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión de él. Corrió a su encuentro y lo recibió con abrazos y besos’.

Después de este episodio, lo que diga de Mami Nena en relación conmigo no es más que una prolongación de él:

–Las lágrimas que siguió vertiendo en secreto por mis muchos años lejos de ella, a causa de mi vocación sacerdotal.

–La festiva acogida que siempre me daba cuando regresaba.

–Los íntimos momentos y coloquios entre la madre y el hijo sacerdote.

–Las tristezas de mis partidas, aunque nunca la vi llorar, pero mis tías me afirmaban que lo hacía en el momento y después por varios días.

Mami Nena murió en Santo Domingo, en la madrugada del martes 29 de octubre del 1985. Yo había venido días antes desde el CELAM, Bogotá, donde estaba destinado en ese momento. El lunes previo debía ir a pasarme el día con ella, pero mi ministerio pastoral en ausencia de Monseñor Polanco me lo impidió y, por lo tanto, no estuve allí con ella.

Recordando sus últimos momentos, mi hermana Mercy me contó que ese lunes, hacia las cuatro de la tarde, ella exclamó: ‘¡Oh Ramón, Ramón!’ y que entonces le preguntó: ¿Quieres que llame a Ramón y le diga que venga?, porque tú sabes que él lo haría sin ningún reparo. Y que la respuesta de Mami Nena fue rápida: ‘Ramón nunca puede ser Martha, él siempre tiene que ser María y estar haciendo la voluntad de Dios, allí donde esté’.

A las diez de la noche de ese mismo lunes hablé por teléfono con ella por última vez; cuántas veces nuestra comunicación fue sólo telefónicamente, incluso estando ambos en Higüey. Esta última llamada fue para preguntarme por el futuro espiritual de mi papá. Yo le aseguré que no debía preocuparse por ello, que papá iba a marchar bien en ese aspecto.

Yo sabía que una esposa, como todos los que tienen seres amados, no podía morir tranquila hasta que no dejará asegurado el futuro de su esposo en todos los órdenes. También caí en la cuenta en ese momento de que esa pregunta indicaba que estaba atando los últimos cabos para morir en paz. De todas maneras, aún así, creí que nos esperaría a mí y a papá hasta el martes, para morir, pero no fue así. Pasado el novenario tradicional que dedicamos a los difuntos, regresé a Bogotá. Llegué de noche al CELAM, hacia las nueve y ninguno de mis compañeros se encontraba allí; estaba solo. Sentí ganas de beber algo, subí al cuarto piso en donde había una neverita con bebidas para los sacerdotes ejecutivos del CELAM; no había nada de tomar.

Decidí, entonces, bajar a la cocina; abrí la nevera, tomé una pequeña cerveza y entonces sentí la presencia de Mami Nena, quien con una risa moderada, gestos y actitudes característicos de ella me dijo, con su sentido del humor y cierta picardía: ‘¡Anjá!, a esto es que tú vienes por la noche a la cocina del CELAM’. Esta experiencia espiritual es única; se siente, se ve y se oye la persona. No hay figura física; pero es una presencia tangible de la que uno se siente tan seguro que nunca dudará de ella. Dura un instante, como el pensamiento; todo se capta en un abrir y cerrar de ojo.

Jamás se olvida y su recuerdo es consolador. En ese momento me sentí recibido y acogido por Mami Nena en Bogotá y me mostró su nuevo tipo de presencia.

Hoy pienso que después de que cumplí once años (1951), sólo a partir de su muerte (1985) no he vuelto a separarme de mamá ni ella de mí. Ya no tiene que salir corriendo para abrazarme ni sufrir ni llorar por mis ausencias. Ahora siempre está conmigo y va donde quiera que yo estoy”.

(Tomado del libro Mami nena cree, espera y ama, Mercy de La Rosa y Carpio, año 2010, primera edición, págs. 68 – 72).

2- Serenata a Mami Nena
“Madre,
acaba de llover.
La noche ha lavado su cara
y la lluvia ha empapado la Madre Tierra.
Los cielos le han devuelto
–nada nuevo–
las muchas aguas que ha poco,
de la misma Madre Tierra,
vaciándole su seno,
habían bebido.

Nuestra serenata
es lluvia mañanera de canciones,
que busca empapar de cariño de hijos
tu corazón materno,
devolviéndote así
–nada nuevo–
el mismo cariño
que de ti misma,
de tus labios, tus caricias y tu empeño,
habíamos bebido.
Al amanecer
Después de un aguacero”.
Día de las Madres, Mayo 27 de 1973
(Tomado de mi libro El más bello de los poemas, primera edición, pág. 79).

Conclusión

CERTIFICO que estos sólo son dos de los escritos, que tengo, para ofrecer el Día de las Madres.

DOY FE en Santiago de los Caballeros, a los veintiséis (26) días del mes de mayo del año del Señor 2021.



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