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El merengue dominicano tiene dos padrinos | AlMomento.Net


Ya el “Caballo” descansa plácidamente en su potrero particular. Su trote -siempre a todo galope- se ha detenido para siempre. Lamentablemente, ha muerto Juan De Dios Ventura Soriano, el hombre; pero, ha nacido “La Leyenda”.

Y de ella hemos de hablar en el futuro y por los siglos de los siglos. Los pocos o muchos desaprensivos y malos dominicanos que no entiendan esta realidad, seguirán hablando de “la persona” mas, nadie los escuchará. 

Yo, por razones de sentido común y por mis limitaciones de narrador, no trato de hacer una apología de lo que significa Johnny Ventura para el merengue dominicano que, a fin de cuentas, es el merengue del mundo. Por lo tanto, sólo intentaré sacar del baúl de los recuerdos, algunas inquietudes del imaginario popular que, por una razón u otra, no se han tratado con la sobriedad que demanda la historia. 

EL AUTOR es comunicador. Reside en Nueva York.

Rafael Leónidas Trujillo y Molina, el Jefe y también el Sátrapa indolente que dispuso del país por más de un siglo (desde 1930 a la fecha y sabrá Dios hasta cuándo) abrazó la idea de imponer un ritmo nacional y un baile que pudiera salir del escenario rural y se paseara orgulloso por los salones del mundo. Puede que su motivación principal, su musa inspiradora íntima y particular, haya sido el resentimiento que sentía hacia una sociedad que lo menospreciaba y subestimó en sus inicios. 

De cualquier manera, el Perínclito asumió el compromiso -probablemente acicateado por algunas de las “mentes brillantes” de entonces- de desarrollar el ritmo que, antes de terminar ese segundo milenio de la cristiandad, logró invadir los salones de baile del planeta. Y bien que lo logró, pues, los mejores componedores de notas musicales se agruparon en las grandes orquestas que su gobierno promovió y hasta protegió. 

Paralelamente y sin ánimos de competencia -algo que podría resultar muy peligroso si el Padre de la Patria así lo entendía- una legión de virtuosos musicalizadores, de forma independiente y con gran maestría algunos de ellos, se sumaron al proceso impuesto y llevaron el siempre ilustre “Perico Ripiao” hasta las recién asfaltadas calles de todos los pueblos y comunas de Quisqueya. 

Lo cierto es que Trujillo utilizó la promoción del merengue para apuntalar el régimen de terror que impuso mientras vivió. Apoyó tanto a las grandes orquestas, como a varios de los pequeños conjuntos que recorrían el país alabando al ilustre hijo de mamá Julia. Él mismo se reveló como fino bailador de merengue, para mostrar su compenetración con el ritmo nacional. La nación tenía dos referentes compitiendo por el corazón de los dominicanos: Trujillo y el merengue. 

Johnny Ventura

Es así, como pude notar yo, humilde cocolo de Los Llanos, San Pedro de Macorís, pero, viviendo ya en la Capital, la transformación de la sonoridad del merengue, ejecutada por esos dos grupos de trabajo que apadrinaba el Tirano: las grandes orquestas y los cientos de grupos populares que se organizaron en tríos y cuartetos para sacarle luces del alma a la sumisa güira indígena-negroide, la gloriosa tambora africana, el novel y majestuoso acordeón europeo, y la criolla marimba de cajón. Procede aclarar que este último instrumento, la “marimba de cajón o criolla”, es un mutante de la antigua “samsha” africana que fue sustituido por el “contrabajo” y ya, casi ha desaparecido. 

Con ese escenario recibimos la Feria de la Paz, una de las causales de la caída de Trujillo, por la secuela de penurias que trajo. La celebración de esos 25 años de la Era, “quebraron” literalmente el país, aunque, seguimos bailando merengue en el Típico Najayo, más luego llamado Quisqueyano y en el Típico C o en cualquier rincón donde sonara un merengón. Las “gloriosas” orquestas del Jefe sobrevivieron al 30 de mayo y se puede decir que siguieron amenizando las reuniones sociales de una clase media y medio alta que si podía pagarlas; y los pequeños grupos populares también. 

La primorosa sonoridad que Chapita demandaba se mantuvo aún después de su viaje final a España; lo que si cambió fue la lírica. Ya no se exaltaba al Dictador como antes, ni las grandes orquestas de las que fue su mecenas, ni los variados y a veces humildes pequeños grupos que pululaban, alabando al ilustre Varón. Todavía me corroe la duda de si fue por hipocresía, sinceridad o sobrevivencia que se registró ese cambio de rumbo de 180 grados en el sentir de los vates criollos, una vez desaparecido el Padre de la Patria Nueva. 

Y es aquí donde aparece el segundo padrino del merengue: Johnny Ventura, el Caballo Mayor. Sería para 1963 o 1964 cuando se presentó con su propio conjunto musical en el angosto restaurant El Árbol, en la antigua Braulio Álvarez casi esquina Santa Cruz. Luego lo seguimos en El Moderno de la avenida Duarte y en lo adelante, donde quiera que tocara su pegajoso ritmo. 

Lo de Johnny fue sencillo: unos ocho o diez músicos, nuevos instrumentos, movilidad desbordante al frente, casi todos bailando un merengue más ágil y atractivo que antes, temas cuidadosamente seleccionados para airear las luchas sociales y la colaboración de un talentoso equipo de componedores de sílabas que daban sentido poético a las inquietudes musicales del moreno que “bota miel por los poros”. 

De ahí en adelante, todo es historia. Sus mas de cien álbumes, sus pleitos con doña Zaida, sus 1003 presentaciones en el mundo entero, el contenido social de sus hits y, sobre todo, su indisoluble conexión con el alma de los dominicanos. Ni siquiera la muy aborrecible e ingrata política, pudo separar a Johnny Ventura del gusto, cariño y respeto del pueblo por su “tumbao” 

¡Hoy ha muerto el hombre, pero hoy también, nace la leyenda! 

¡Vivimos, seguiremos disparando!

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