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Esto pienso, esto creo — El Nacional


Imposible no gritar cuando tantas cosas te duelen

Por: Rafael R. Ramírez Ferreira
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Más que desilusión causa en cada ocasión que se pretende incentivar las cosas que se hacen, al ver el desempeño de la gran mayoría de nuestros distinguidos “honorables”, indomables comerciantes usureros, en su gran mayoría.

Pareciese como si observáramos una tribu por allá, del Paleolítico o quizás de las edades del Bronce o del Hierro y que hoy, con sus ademanes y comportamientos, han llegado a creerse que en realidad engañan a todo un pueblo, pero, culpables somos todos, por elegirlos por o sin prebendas, a pesar de tener pleno conocimiento de causa, es decir, de sus inocultables finalidades.

Pero hoy, no quería escribir -siquiera comentar oralmente-, sobre cosas bajas y menos, de aquellos que han llegado a creerse ser la quintaesencia de su “honorabilidad” y segura estirpe heredada del abnegado Padre de la Patria.

Sus actos ocultos los instrumentalizan, como parte de sus planes para obtener riquezas y hasta una jerarquía dentro de la sociedad, en la cual, nunca llegan a insertarse, y menos, a encajar. Han tiranizado la democracia mediante actos circenses, como si fuesen un misterio dentro de un enigma y convertidos, en una aglomeración de individuos, ávidos de poder, llegándose a creer con firmeza, saber mejor que el mismo pueblo, qué es mejor para todos.

Lo mejor es no adentrarnos en cuanto a lo que deben ser sus obligaciones, porque ahí sí es verdad que se le retuerce el rabo a la mula y siquiera pretender, hablar del cómo los dueños del país -incluyendo de manera primaria- a los pobres padres de familia, obtienen que las leyes que convienen a sus intereses económicos sean “aprobadas” por estos “servidores públicos”.

Pero lo interesante de esto, es que, en ningún momento, sale a flote quienes ordenaron confeccionarlas y promocionarlas, aunque, dependiendo del tipo de negocio hasta los más lelos, conocen los reales protagonistas de estas. Basta con ver a quién beneficia tal o cual ley, hasta el “costo” de ella se puede deducir. Y es que, por donde quiera que miremos, el poder económico supura en cada boca que justifica determinados impuestos, que cual habilidoso ladrón, nos saca el dinero de los bolsillos para beneficio de unos cuantos, que ni son desprotegidos y tampoco es verdad que sean pobres, esto último, quizás solo de honestidad para ganarse la vida por medio del trabajo digno.

Quien de esto dude, que les pregunte a los pobres empresarios del transporte; a los emprendedores hoteleros, que sangran al turismo nacional, cobrándole por un fin de semana, más o igual, por lo que le ofrecen por una semana -en muchos casos, incluyendo hasta el transporte aéreo y terrestre- a los turistas extranjeros; ¿las cadenas de Supermercados? Hasta peligroso mencionarlos, aunque hablar de los combustibles, lo sea más y, dejarlo aquí, sin siquiera insinuar, aquellas que se refieren a los Bancos, donde lo mejor sería, el silencio.

Pero nada de esto está llamado a extrañarnos o tomarnos por sorpresa, porque en la vida, como en el ajedrez, el rey se come al peón. Y así de simple hemos llegado, sin que nadie toque el tema, que ya la famosa clase media alta, bajó de tal manera, que es difícil diferenciar quien ha subido a la clase media baja o quien ha bajado al lugar que antes ocupaban los que hoy, solo saben vivir de las prebendas y el burdo clientelismo político.

Se podrá perder la calma, pero, nunca la esperanza de que aún sea en cualquier segundo mandato y libre de ataduras, la virtud y las correctas acciones, se impongan sobre la conveniencia política y las abominables, abusivas y corruptas manipulaciones de todos aquellos grupos de presión, que han hecho de la extorsión, su modo vivendi. Y hasta podríamos, citar en este caso, a Benjamín Franklin, cuando expuso que, “La necesidad, nunca hace buenos tratos”.

Y es esto, la necesidad de tener el Poder, precisamente, es lo que hemos estado viviendo políticamente desde que tengo uso de razón, es decir, negociaciones de aposento, con quien sea y ofreciendo lo que sea, con tal de un buen resultado político.

¡Sí señor!



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