Opiniones

Se busca un biógrafo – Periódico El Caribe


¿Cuáles son los parámetros correctos para valorar el accionar de un hombre en la vida pública? ¿Palabra empeñada, que cumpla con las promesas hechas mientras no ocupaba el cargo? ¿Honestidad, transparencia en el manejo de los fondos públicos y no confundirlos con los suyos o los de sus familiares? ¿Servir a los intereses de la mayoría y no de facciones? Sin dudas, estos serían algunos. Pero, ¿serían los mismos a utilizar para medir la participación pública hace 100 o 150 años? ¿O en períodos de crisis o de guerras que imponen situaciones y decisiones difíciles? ¿Y qué decir en períodos de guerras de independencia nacional o de consolidación de la misma? ¿Serían diferentes los parámetros? Pero, en todo caso, debemos tener en cuenta los valores y criterios del momento histórico donde se actúa, para no valorar, rígidamente, hechos pasados con los barómetros morales actuales. Claro, algunos valores en mayor o menor medida, podrían ser considerados eternos, pero no debemos ser rígidos para imponerlos en el análisis de determinados personajes o hechos históricos.

¿Cómo juzgar una persona que vive en medio de momentos convulsos: Una revolución, regicidio incluido, cambio de régimen político, una nueva clase llega al poder, una vieja no quiere ceder, las cabezas caen constantemente en la cesta, la sangre no para, las intrigas no paran, mantenerse de pie es toda una odisea, vivir casi es una dicha? ¿Cómo juzgarlo, repito, si el cambia de bando de manera constante según el ventarrón político, para sostenerse en pie y mantener la cabeza sobre los hombros? ¿Le llamamos traidor, político venal y sin escrúpulos, sinvergüenza sin partido y sin causa permanente? Seguidor de una política realista, maquiavélica, que procura llegar al poder y mantenerse, sin importar cómo lo haría?

Un personaje de esta estirpe o talla vivió hace más de 150 años, en Francia. Hubo todas las convulsiones y cambios políticos que podríamos imaginar, se inauguraba un régimen, y él siempre estuvo “arriba”, con los ganadores y, en algún momento, casi tuvo entre sus manos el futuro del mismo Napoleón.

Me refiero a José Fouché (21 de mayo de 1759- 25 de diciembre de 1820), a quien se le considera modelo de traidor y camaleón político “acusado (…) por los bonapartistas y biógrafos como Stefan Zweig, en realidad Fouché se distinguió por su pragmatismo y moderación tras la tormenta revolucionaria”, siendo, más bien, víctima de una leyenda negra, según algunos autores.

Otro personaje, pero de nuestra historia, espera por su biógrafo definitivo. Pocos tienen tanta repulsa histórica, pocos tuvieron tanto tiempo influenciando en la vida pública de la isla, incluso desde antes del nacimiento del Estado dominicano. Pocos fueron tan pulcros en el manejo de los fondos públicos. Quién, por demás, murió en el lado correcto de la historia, apoyando la Restauración. Pero aún espera por su Stefan Zweig, o por su Juan Bosch (Judas Iscariote, el calumniado), me refiero a don Tomás Bobadilla y Briones: el hombre a la mano; el hombre necesario..



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