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Trump y la gran mentira


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El autor es antropólogo. Reside en Nueva York.

Por FELIX REYES 

El pasado 6 de enero se conmemoró el primer aniversario de la toma violenta del Capitolio, acción que era parte del fracasado intento de Donald Trump y sus secuaces de subvertir el orden democrático de Estados Unidos, mediante un plan que pretendía presionar al vicepresidente Mike Pence para que desconociera los legítimos electores de varios estados y en su lugar designara electores de su partido.

Como se recordará, estos acontecimientos estuvieron precedidos de una campaña de desinformación difundida a través de diferentes plataformas de derecha, con el fin de convencer a los votantes republicanos menos educados, de que las elecciones en varios estados claves habían sido fraudulentas, a pesar de que los principales funcionarios de los órganos electorales de esos estados eran republicanos y certificaron la victoria electoral del candidato demócrata.

Esa campaña, que fue exitosa en la medida dio una excusa al  candidato derrotado para superar la imagen de perdedor, mantenerse como líder del Partido Republicano y ser de nuevo su candidato, es lo que hoy se ha venido a conocer como “ La Gran Mentira”.

Es preciso poner atención al hecho de que el éxito de esta campaña de desinformación no hubiera sido posible sin los niveles de polarización existentes hoy en la sociedad norteamericana.

Esta polarización es atizada por posturas radicales que provocan que las corrientes del centro dentro del Partido Demócrata y el Partido Republicano tengan hoy menos influencia dentro de sus respectivos partidos, lo que hace que cada facción perciba al adversario como enemigo e impida la atenuación de conflictos y el arribo a acuerdos bipartidistas, como ha sido tradición en este país.

Las raíces de este proceso de polarización remiten a diferentes clivajes: nacionalistas/globalistas, religioso/secular, siendo el principal de estos el que delimita posturas de superioridad blanca y nativistas por un lado frente a movimientos de defensa de derechos de las personas de color y de aperturas migratorias por el otro lado.

Es así que surgen, por un lado, el movimientos “Vidas Negras importan” y movimientos de defensa de migrantes que asumen posturas extremas como desfinanciación de la policía y de frontera abierta respectivamente, mientras, por el otro lado, se multiplican las organizaciones nativistas, de superioridad blanca y anti globalización incentivadas por teorías conspirativas, entre las que destacan “ la teoría del gran reemplazo” y las anti nuevo orden mundial.

Según la teoría del “Gran Reemplazo”, la población blanca de Estados Unidos está destinada a convertirse en minoría dentro de pocas generaciones debido al crecimiento de la población migrante procedente de países no europeos que al juntarse con la población negra conformarían una nueva mayoría.

Por su lado, las teorías conspirativas anti nuevo orden mundial son aquellas que se oponen al fenómeno de la globalización y demonizan a figuras destacadas partidarias de ella, como los esposos Clinton y Georges Soros.

Este ambiente, estas ideas y creencias son las que explican “la Gran Mentira” de Trump. No hay que olvidar que su emergencia como líder de esa corriente nativista y de superioridad blanca dentro del Partido Republicano que lo llevó a ser el candidato del mismo, empieza con su negación a la legitimidad del presidente Obama por el hecho de ser hijo de un nacional de Kenia.

Por ello su consigna “Hacer América Grande de Nuevo” resuena en esas franjas de población blanca que añora una época en que solo el hombre blanco disfruta del sueño americano y donde era inconcebible que un negro hijo de africano fuera presidente.

La polarización política en que hoy se encuentra la sociedad norteamericana hace que hoy no sea inconcebible la posibilidad de una guerra civil y/o la instauración de un régimen autocrático tipo Viktor Orban o Vladimir Putin.

Tal como sugiere el periodista conservador Bret Stephens, ganador del premio Pulitzer, en un artículo escrito en el New York Times, los movimientos sociales que persiguen el progreso moral, la purificación nacional o transformaciones económicas radicales, casi siempre terminan destruyendo el tejido social y creando situaciones y resultados contrarios a los objetivos perseguidos.

Y es que la sociedad, más que un juego de lego que permite deconstruir y construir, es como un tapiz , que al ser deshilvanado pierde su carácter de tejido. El simil del tapiz y la metáfora de tejido social no podían ser más apropiadas.

A muchos de mi generación nos duele la situación actual de Estados Unidos y nos aterra lo que podría ocurrir, no solo por sus efectos en la sociedad norteamericana, sino también por su influencia en el resto de occidente.

Muchos de nosotros crecimos en un milieu cultural y político que nos condicionó a asumir posturas políticas anti norteamericanas y  progresivamente fuimos cambiando esas posturas hacia admiración, en la medida fuimos apreciando los aportes de este país a las instituciones liberales y democráticas en el mundo.

Si Estados Unidos deja de ser un modelo de sociedad democrática, los Ortega, Maduro y Bolsonaro brindarán en regocijo por la llegada al poder de uno de su clase. Es para preocuparse.

JPM

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