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Un grandulón con cara de niño: Tirso Mejía Ricart | AlMomento.Net


Era evidente que el líder de ASD sentía especial afecto hacia Tirso, con quien compartió la dirección de la Unión Revolucionaria de Exiliados Dominicanos, éste en calidad de secretario general. Ambos se conocieron en Washington en diciembre de 1960, pasando a colaborar en los planes que se fraguaban para finiquitar el Trujillato. Cuando EEUU había decidido poner fin a ese bochornoso régimen, aislado diplomáticamente en el hemisferio por las sanciones de San José de Costa Rica, a raíz del atentado a Betancourt.

Antes de partir al exilio en S-60, tras asilarse en el consulado americano, Tirso encabezó planes para liquidar a Trujillo mediante la colocación de explosivos en las cloacas de Güibia, al tiempo de introducir armas al país para un levantamiento. Conspiraba desde el 59, junto a Fidelio Despradel, Puchito García Saleta y Tavito Amiama. Como consignara el cónsul Henry Dearborn, eran jóvenes de clase media, ligados a grupos profesionales y comerciales.

Una célula de 12 miembros fue develada a mediados de septiembre del 60, siendo apresados Fabio Herrera Miniño, el segundo al mando, René Sánchez Córdova, Rafael Vásquez Mustafá, Miguel Alfonseca, José Ramírez Ferreira (Condesito), Víctor Victoria Echavarría. A Tirso lo fue a buscar el SIM y logró escapar saltando al patio de la familia Llinás. Intentó asilarse en la embajada de Guatemala y logró acogida en el consulado americano. Viajando a Puerto Rico en un avión de la legación.

En los planes conspirativos de esta red participaban Tony Avelino, Federico Henríquez Gratereaux, Carlos Lizardo, José Rodríguez, Manuel Gómez Pieters, entre otros. Detalles en las obras de Fidelio Despradel, Conjura Submarina, Tirso Mejía Ricart, Conjura Submarina Parte II y Bernardo Vega, Los Estados Unidos y Trujillo 1960-1961.

En el exilio en USA, junto a Jimenes Grullón y Yuyo D´Alessandro, Tirso colaboró en emisiones radiales dirigidas a poner fin a la dictadura de Trujillo.

Durante el Consejo de Estado Tirso marchó a Alemania en funciones consulares. Allí estudió Psiquiatría y se doctoró en Psicología en Bonn entre 1963-65. Ampliando sus saberes como egresado de Medicina y de Filosofía, que extendería a Estadística y a estudios de Planificación Educativa en París y Dirección Estratégica en Caracas.

La revolución del 65 nos reunió de nuevo. En su casa familiar de la José Reyes sesionaba un grupo consultivo que asesoraba las negociaciones con la Comisión Ad Hoc de la OEA. Tirso, Hugo Tolentino, Rafael Kasse Acta, Marcelino Vélez, Rafael Calventi, José Augusto Vega, Tavito Amiama. En apoyo al trabajo del canciller Cury, en cuyo apartamento también se reunía. Visitaba casi a diario a ese grupo para orientarme y a veces servir de correo. En el memorable mitin del 14 de junio del 65 compartimos la esquina El Conde con Palo Hincado, refugiándonos a ratos en el alero del Salón Marion para esquivar el sol. Tirso cargaba su cámara réflex. En el texto que leyera Caamaño en la manifestación de la Fortaleza Ozama, su mano, junto a la de Hugo, dejaron su impronta.

Tirso Mejía Ricart.

Nos reencontramos en la UASD, a mi regreso en 1971 tras 5 años de ausencia. Kasse Acta rector, Tirso en la Comisión de Reforma Universitaria. Yo pasé a dirigir Sociología en el 72, Jottin Cury rector y Tirso vicerrector académico. Se intensificaron nuestros nexos en el plano académico -era mi mentor en el tejemaneje uasdiano- y en lo personal.

Diariamente, a partir de las 10 de la noche, sesionábamos en una peña universitaria en la Heladería Capri de la Nouel. José Aníbal Sánchez Fernández, Julio Ibarra Ríos, Bosco Guerrero, Emilio Cordero, Chito Henríquez, Dato Pagán, José Espaillat, Tirso y un servidor, en ocasiones Pedro Mir y Tulito Arvelo, todos profesores de la UASD. Junto a Juan Ducoudray, don Telo y Teddy Hernández, Tonito Abreu, Guillermo Vallenilla, Freddy Agüero. A veces mi alumno Otto Fernández.

Tirso impartía docencia en Psicología (fue primer director de ese departamento) e Historia. Como vicerrector académico me dio un decisivo apoyo para ultimar el nuevo plan de estudios de la carrera de Sociología, a nivel del Consejo Universitario. Y mancornados peleamos cuando se nos quiso imputar maliciosamente que ejecutábamos el famoso Plan Camelot en la UASD, todo fraguado desde el desayunador de una autoridad que soportaba su gestión en personeros extrauniversitarios.

Tirso, uno de los artífices del Movimiento Renovador, fue un administrador de avanzada, distante de la bullanguería pseudo izquierdista que ha lacerado el desarrollo de la UASD. En esas laboramos de consuno. Su dinamismo académico fue multifacético. Junto a Walter Cordero, colaboramos en unos cursos de postgrado que organizó en el Instituto Espaillat Cabral sobre la Primera y Segunda República, cuyos volúmenes fueron publicados.

Otra instancia que nos unió fue la Academia de Ciencias, de la que fui directivo por una década y a la que dio respaldo más allá de su persona a través de la Fundación Mejía Ricart-Guzmán Boom, que honra la memoria de sus ilustres progenitores Gustavo Adolfo y Ernestina. Un convenio entre ambas entidades instituyó un galardón al desarrollo de las ciencias dotado por la Fundación, aparte de aportes a proyectos puntuales.

Otros espacios nos congregaron, siempre confabulados con las buenas causas. Los foros y seminarios sobre reformas políticas y electorales que se organizaban desde el Fondo para el Avance de las Ciencias Sociales con respaldo de la Ford y la serie de Forum auspiciada por la Ebert. Los talleres que articularon reformas constitucionales y legales, claves a la arquitectura del sistema político-electoral, desde la Fundación Siglo 21, con apoyo del PID. Eventos promovidos por la JCE, el PNUD, USAID, Cooperación Europea.

Recuerdo uno de los últimos, en el Hotel Hamaca en Boca Chica -balneario donde Tirso tenía una casa que disfrutaba. Fueron 2 días de encerrona. En la jornada de cierre le dije: “Tirso, mira a tu alrededor y dime que ves”. Sorprendido, le espeté: “No ves que somos los únicos pendejos con canas que estamos aquí y que llevamos décadas en esto”. Asintió y regresamos juntos a la capital en mi vehículo, el suyo detrás conducido por el chofer.

Durante la gestión de Franco Badía en el Ayuntamiento del DN, Tirso, ya integrado al PRD, encabezó la Dirección de Acción Comunitaria desplegando una labor en los barrios de la capital. Con la llegada de la Fundación Ebert al país, del SPD de Alemania, coincidimos en proyectos de educación política y diseño de estrategia electoral, junto a Walter Cordero, mi colega en Consultores Asociados. Konrad Stenzel y José Luis Martínez fueron nuestros interlocutores.

Junto a Milton Messina, Meme Cáceres, Flores Estrella, Tirso y yo integramos una task force especial del candidato Jorge Blanco. Al asumir éste, Tirso sería designado embajador ante la ONU en Ginebra y Viena.

A raíz de los trabajos emprendidos de cara al V Centenario del Descubrimiento de América, a celebrarse en 1992, el ADN bajo Suberví (86-90) designó a Tirso Historiador de la Ciudad. Entre los planes que acarició figuraba la instalación de un Museo de la Ciudad en el Palacio Consistorial, para lo cual recabó el concurso del Dr. Manuel Mañón Arredondo. Fruto de esta faceta es la obra Santo Domingo: Ciudad Primada, Instituto de Cooperación Iberoamericana en 1990. Parte de otros ensayos que registraron su vocación historiográfica, por lo cual junto a miembros de número de la Academia Dominicana de la Historia propusimos su candidatura durante la presidencia de Cordero Michel.

En el gobierno de Hipólito Mejía, Tirso dirigió CONARE, insuflándole dinamismo a esta dependencia con proyectos para la reorganización territorial del país, entre ellos la creación de la provincia de Santo Domingo con sus municipios. Desde el BC, siendo asesor de la gobernación, colaboré en eventos del CONARE realizados en el Auditorio y en otros asuntos.

Ya a la salida de los claustros, en los actos conmemorativos del 14 de Junio y del 30 de Mayo -con incursiones posteriores en el Country a invitación del Pato Díaz, junto a Chana y tantos otros. En encuentros familiares en casa de Poncio, con Antonio Imbert y Delio presentes, o en el hogar de Magda o de Francis y Manolito, en la placidez que fragua el cariño. Ya en su casona de la Zona Universitaria, junto a su talentosa compañera Angela, en reuniones puntuales o celebraciones sociales. Se renovaba el compromiso patriótico y las señas de amistad.

Ya cumpliendo con rituales familiares, como la condecoración a doña Ernestina por Leonel Fernández y Eduardo Latorre en el hogar de La Yuca de su hermano Marcio, con expo incluida a cargo de Reina Alfau. O en el funeral de mi también fraterno Marcio, uno de mis inolvidables.

Uno de nuestros últimos encuentros fue en la puesta en circulación póstuma de las obras de Hugo Tolentino. Noche mágica, hermosa, plena de testimonios sobre el camarada y maestro ido. Como de costumbre, al cierre de esa jornada espléndida en los salones del Hotel JW Marriott, nos quedamos Tirso y yo parlando hasta el infinito. Al grado, que no nos percatamos que el salón estaba vacío. Yo le insistía que escribiera sus memorias. Me dijo que estaba en eso.

Cuánto atesoro de la amistad sin dobleces de este hermano mayor. De este grandulón con cara de niño que me regaló la vida.

JPM

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